ACTO DE ABANDONO

Dios mío, creo en tu infinita bondad, no sólo en aquella bondad que abarca al mundo, sino en aquella bondad particular y personal que me atiende a mí, pobre criatura y que dispone todo para mi mejor bien. Por esto, Señor, aunque no lo veo, ni comprendo, ni lo advierto, creo que el estado en que me encuentro y todo lo que me sucede es obra de tu amor. Con toda mi voluntad, lo prefiero a cualquier otra situación que me sería más agradable, pero que no vendría de ti. Me encomiendo en tus manos: haz de mí lo que te plazca, no dándome ningún otro consuelo que el de obedecerte. Amén.

martes, 19 de enero de 2010

Apocalipsis... ¿now?


El tema del Apocalipsis ha sido siempre un tema controvertido. No es mi intención con este post, dirimir esas controversias. Me gustaría señalar algunos puntos sobre las controversias actuales.

Me dirijo especialmente a los católicos tradicionales, ya que son los únicos con los que se puede hablar del tema. Con los progresistas es imposible, pues para ellos el Apocalipsis (que es el último libro de la Sagrada Escritura y que por lo tanto es Palabra de Dios) no tiene sentido: o bien ya fue, como dicen los jóvenes de hoy, o bien no será. Pues para los "progres" vamos indefectiblemente (y contra lo que dice la Palabra de Dios) camino hacia el paraíso terrenal, todo tiempo futuro necesariamente tiene que ser mejor, vamos hacia la felicidad humana total y perfecta... sin Dios.

Ahora bien, entre los católicos tradicionales está ampliamente difundida la opinión de que ya estamos en los tiempos próximos, muy próximos a la Venida Gloriosa de Nuestro Señor. Se basa esta opinión en el cumplimiento (según su visión, insisto) de los pasajes apocalípticos, fundamentalmente los que se refieren a la "apostasía generalizada", "LA" apostasía final. Esto es sostenido, calculo yo, por personas que rondan los cincuenta años para arriba. ¿Por qué? Pues porque ellos han visto la decadencia postconciliar y todos los males que desde la década del ´60 vive la Iglesia, infestada por "el modernismo" y oscurecida por "el humo de Satanás". El Concilio Vaticano II ha sido el punto de inflexión que ha desatado las furias del mal dentro y fuera de la Iglesia.

Podríamos, en principio, estar de acuerdo con ellos. Hay una decadencia evidente en muchos aspectos, que no viene al caso enumerar. Sin embargo, cabría hacer algunas objeciones referidas al cumplimiento de "toda" la Escritura, de "TODO" el Apocalipsis.

1- Si esta es la apostasía final, pues ¿por qué no aparece el Anticristo? Siguiendo a San Pablo, sabemos que primero debe venir la apostasía y luego aparecerá el Hombre de pecado, el hijo de la perdición. Me podrán contestar "pues justamente, se está desarrollando la apostasía, ya aparecerá el Anticristo". De acuerdo, entonces la apostasía no es generalizada todavía.

2- La predicación del Evangelio en todo el mundo es una condición puesta por el mismo Señor en su discurso esjatológico (Mt. 24). El Evangelio debe ser predicado en todo el mundo como testimonio para todos los hombres. Es decir, no significa, claro está, que todos crean en el Evangelio, sino que todos los hombres deben conocerlo para poder aceptarlo o rechazarlo, estar con Cristo o contra Cristo. Pregunto ¿se ha predicado ya el Evangelio en todo el mundo de manera que se pueda decir que todos los hombres YA han optado por Cristo o contra Cristo?

3- La conversión de los Judíos. Hay diversas interpretaciones que hablan del momento en que este hecho, profetizado por San Pablo y por San Juan, se podría producir. Algunos sostienen que se produciría antes de la aparición del Anticristo y otros dicen que será durante el reinado final del hijo de perdición. Lo cierto es que bastante lejos se ve la posibilidad de semejante milagro, comparable a una resurrección de muertos.

Hay multitud más de signos menores no cumplidos aún que podríamos nombrar. Pero son estos los más sobresalientes. Además no intento agotar el tema ni mucho menos. Solo señalo objeciones a la opinión mencionada de que el fin de los tiempos está a las puertas. Por otro lado, esa misma expresión puede variar según se interprete la noción de tiempo. Para unos será el fin de los tiempos el mes que viene, para otros que el Señor esté a la puerta sigficará que faltan unos pocos años, etc.

Me parece que lo más certero será sumarnos a la enseñanza del Card. John Henry Newman cuando explica en "Los cuatro sermones sobre el Anticristo", que cada época presenta su propia versión del cumplimiento de las profecías apocalípticas. Probablemente cada vez el parecido sea mayor, y así muchos habrán visto el posible cumplimiento apocalíptico en la Revolución Francesa. Y no fue así. Y nosotros podemos pensar que el tiempo es ahora... y tal vez no lo sea. Dice el Card. Newman "Así la historia es un comentario de la Sagrada Escritura".

Entonces, el Apocalipsis ¿ahora?


lunes, 4 de enero de 2010

Estado ¿neutral? en materia moral


Esto me lo mandaron por mail y me pareció muy bueno.

Para pensar un poquito y tratar de no ser ingenuos... Cuando se habla de un estado neutral, en la práctica siempre ha significado un estado ateo y anticristiano. Si alguno no está de acuerdo, acepto correcciones... con ejemplos.



La imposible neutralidad moral estatal

Resumen

Del examen de funciones estatales actuales, surge que su ejercicio está necesariamente influido por cierta visión ética (y antropológica). La idea de una comunidad política moralmente neutra no se adecua a la realidad.

Desarrollo


1. El asunto es si puede existir una política gubernamental neutra en material moral. Ante las múltiples visiones antropológicas y morales que vemos hoy, es lógico preguntarse si es posible (y hasta deseable) un ejercicio de la autoridad en el cual resulte indiferente la concepción moral de los gobernantes. ¿Es posible un gobierno que busque únicamente la provisión de instrumentos asépticos que sean aprovechados por los miembros de la comunidad según sus propias concepciones e inclinaciones? ¿Es indiferente la concepción moral de un gobernante, en la medida que tenga buena voluntad y sea eficaz en el desempeño de su gestión? ¿Alcanza con funcionarios públicos razonablemente consecuentes con sus principios y económicamente honestos? ¿Influye la concepción moral de los gobernantes en la actuación de los gobiernos? ¿Tiene efecto también en el pensamiento y en las costumbres de los gobernados?

2. No se trata del efectivo cumplimiento de las normas morales. Los seres humanos tenemos momentos de mayor o menor inconsecuencia respecto de lo que estimamos como bueno –lo que para los cristianos es un efecto lógico de la herida producida por el pecado original–. Por el contrario, el asunto radica en la influencia en su acción de gobierno de las convicciones morales de quienes detentan la autoridad, aún en el caso de que éstos violen en los hechos los principios que dicen sostener.

3. Dado que nos encontramos frente a una ciencia práctica, resulta útil mirar la realidad y considerar si existen actividades que realizan los gobiernos actuales que suponen una toma de posición ética (y antropológica).

Sin pretender un análisis exhaustivo, ciertos ejemplos de las funciones actualmente ejercidas por el Estado ayudan a responder el interrogante planteado. En concreto:
a. Política educativa. Probablemente es el ámbito donde más influye la concepción sobre la persona. Ésta determina la idea de educación (¿simple instrucción?, ¿socialización?, ¿formación integral?) y, por ende, las habilidades que se busca que logre el educando. Algo similar se puede decir de los contenidos de las asignaturas en particular. Sin entrar a materias especialmente polémicas como la educación sexual, esto se puede ver en la enseñanza de la historia. Los sacrificios humanos aztecas: ¿eran actos religiosos?; ¿eran conductas respetables de una cultura determinada?; ¿eran simples asesinatos?; ¿o eran asesinatos fundados en la idolatría?
b. Promoción de próceres. Se proponen como modelo a imitar aquellas personas cuyo pensamiento y conducta representan cierto modo de pensar y de actuar. En nuestra Patria, San Martín ha significado un referente en cuanto al modo de vivir. La búsqueda de su imitación no es algo moralmente neutro, como tampoco lo es la inauguración de un monumento a Ernesto “Che” Guevara De la Serna.
c. Fiestas. El establecimiento de días de fiesta –feriados o no– tiene una gran influencia. Si son fiestas propias del país, fomentan el patriotismo, que es una virtud moral. Si son fiestas religiosas, favorecen el culto y predisponen a adherir al espíritu festivo. Que sea feriado para todos en Navidad o Semana Santa, no sólo permite cumplir con sus obligaciones a los cristianos que lo deseen, sino que también implica un mensaje para los cristianos con menor compromiso y para quienes no creen en Cristo.
d. Derecho de familia. Este derecho supone un subyacente concepto de familia, de donde se origina las normas que regulan la célula básica de la sociedad. Las conductas obligatorias, permitidas y prohibidas en el ámbito familiar se fundan en la respuesta que se da a las siguientes preguntas: ¿La familia se funda en el matrimonio? ¿Qué es el matrimonio? ¿A quién le corresponde la patria potestad y cuáles son sus alcances?
El concepto de familia también influye en la regulación de la seguridad social, como en el caso de las pensiones que se otorgan a convivientes.
e. Derecho penal. Un índice de lo que se considera moralmente malo en una sociedad es qué se sanciona penalmente y con qué importancia. No se trata de identificar absolutamente delito con inmoralidad. Sin embargo, en todos los casos, se punen aquellas conductas que se estiman malas y, mientras peor se las considera, mayor es la pena.
f. Política fiscal. Mediante este instrumento, el Estado promueve o desalienta actividades. En esta línea, se otorgan exenciones en ciertas situaciones que se quieren favorecer (por ej., uso de sistemas que respetan en mayor medida la ecología) o se gravan especialmente actividades que se estiman inadecuadas a la moral pública (ej., hoteles alojamiento).
g. Subsidios. Se subsidian aquellas actividades que, según la visión de quien decide, benefician a la sociedad o a algunos de sus miembros. Es absurdo pensar que se subsidie a una escuela de asesinos seriales.
h. Aprobación de entidades de bien público. La aprobación estatal de la constitución de entidades del llamado tercer sector, tiene como sustrato cierta convicción de que esas entidades no tienen un objeto explícito que atente contra la moral. Es impensable que se considere de bien público a una asociación de pederastas.
i. Validez y nulidad de los actos jurídicos. El acto cuyo objeto es contrario a la moral siempre ha sido considerado nulo y, por ende, desprovisto del servicio estatal de justicia a la hora de requerir el cumplimiento de sus efectos. Un caso a considerar es la prostitución. Si quienes ejercen la prostitución son trabajadoras sexuales que pueden constituir una entidad gremial, no habría razón para negar acceso a la justicia a un reclamo de cumplimiento de un contrato que tiene la prostitución por objeto.
j. Impedimentos para el ejercicio de ciertas funciones públicas o privadas. No puede ser designado tutor quien “sea notoriamente de mala conducta” (art. 398, inc. 10º, Cód. Civil); en el ámbito público, las cámaras de legisladores pueden remover a uno de sus miembros por inhabilidad moral (art. 66, Constitución Nacional).
k. Derecho laboral. También el derecho laboral incluye una serie de normas que suponen un criterio moral previo. El descanso dominical (no meramente semanal) facilita el ejercicio de las actividades religiosas católicas; la obligación de pagar un salario mínimo descansa en cierta concepción de la justicia; etc.
l. Política sanitaria. Toda la problemática de la llamada “salud reproductiva” tiene una connotación moral innegable.
m. Política cultural. Todos los órganos estatales encargados de cultura promueven ciertas actividades y no alientan otras, siempre con efectos –positivos o negativos– sobre la moral de la población. No es lo mismo promover una exposición blasfema de León Ferrari que restaurar la Basílica de Luján. Aunque en ambos supuestos la razón pública sea motivos de orden cultural, nada tienen que ver los efectos morales que, según el caso, se producen sobre el ciudadano.

4. En todos los ejemplos antes citados, la concepción ética del gobernante influye en el sentido de las decisiones que se toman. Como no se trata de cuestiones moralmente neutras, quien elija tratará de hacer prevalecer su visión del bien humano, dejando de lado lo que estima inconveniente para el hombre. Y no es inocuo para los gobernados. Por el contrario, todos los casos enumerados implican un impacto en su pensamiento y en su conducta.
Podrá decirse que el gobernante no decide en todos los casos según su cosmovisión sino que muchas veces tiene que adaptarse a sus posibilidades y condicionamientos. Sin embargo, en cuanto puede, toda persona actúa según sus convicciones.

5. Es obvio que la concepción moral se vincula estrechamente con la creencia religiosa. Por esa razón no es indiferente que una función sea ejercida por un ateo, un agnóstico o un fiel de una u otra religión.
Como se dijo, en el normal desempeño de su cargo tratará de hacer prevalecer sus criterios morales. Por ejemplo, un musulmán buscará implantar (o, al menos, permitir) la poligamia en el país en el que gobierne.

6. No es irrazonable que muchos personas consustanciadas con el orden social en que viven piensen que la función de gobierno, por estimarla meramente instrumental, es moralmente neutra. En Occidente mismo, la subsistencia de elementos del orden romano-cristiano, hace que no prestemos atención al sistema normativo vigente o a ciertas prácticas gubernamentales que forman parte de nuestro ambiente de vida. Sin embargo, el proceso de descristianización va minando lentamente los fundamentos morales sobre los que se basa ese orden, mientras se van tomando decisiones que deforman o destruyen las instituciones y normas que conforman su entramado externo. Pensar que dichas decisiones son moralmente inocuas, no sólo no se adecua a la realidad, sino que, además, se muestra como una postura ingenua.

lunes, 28 de diciembre de 2009

La anticoncepción y sus consecuencias


Anticonceptivos y educación en la fe

Texto extraído de “Urgencia de la catequesis familiar” – Pedro de la Herrán – Fernando Corominas. Colección Hacer Familia – Ed. Palabra 1991

Era martes, Tom y Virginia se habían citado con sus primos Luis y Matilde en una cafetería para merendar. Luis era hijo de un tío de Tom. Se había casado con Matilde cuatro años antes, mientras ellos vivían en México. Esa tarde conocerían a Matilde.

A Tom siempre le gustó mantener contacto con su familia, aunque fuese algo lejana, y estos viajes eran una buena oportunidad. Él lo llamaba hacer familia.

La primera media hora, después de los saludos de rigor, fue para un cambio general de impresiones, conversación de tanteo, parecían simpáticos y se cayeron bien mutuamente. Al cabo de un rato parecía que se habían tratado de siempre. «¡Así debe ser la familia!», pensó Tom.

- De modo que acabáis de tener un hijo, ¿no? – apuntó Virginia -. ¿Cuántos mese tiene ya?

- Ha cumplido tres meses el día doce y ya dice ¡ajó…! – comentó la madre toda orgullosa -. Ya hemos conseguido la parejita y no pensamos tener más, no está el tiempo para bromas.

«A Tom le acaban de tocar su tema favorito – pensó Virginia sin hacer ningún comentario-. Seguro que embiste, me lo hace siempre. ¡Si conoceré yo a mi marido!»

- ¿Y qué proyectos tenéis? – preguntó Tom tanteando la situación.

- Hasta ahora nos va bien – contestó Luis -. Estamos algo apretados de dinero, pero la culpa ha sido nuestro, decidimos comprarnos una casa y ahora tenemos que pagar las letras; lo de siempre.

- Por lo que veo sois muy felices; el amor y el dinero no se pueden tener ocultos.

- Por el amor, bueno; pero por lo del dinero estamos pasando un momento difícil – aclaró de nuevo Matilde.

- ¿Sabéis que Tom se dedica a escribir libros sobre la familia? Es su pasión dominante, como se dice ahora – adelantó Virginia, tratando de facilitar el camino a su marido. Después de tantos años, lo conocía mejor que él mismo.

- ¿Tienen que ver con la educación de los hijos? Es un tema que me preocupa mucho – apuntó Matilde.

- Bueno, me interesa todo lo que está relacionado con la familia. Ahora estoy preparando un artículo para una revista de Monterrey titulado: Los estragos de la píldora, en realidad me refiero a todos los anticonceptivos, pero ese título me paree más llamativo.

- ¿Y qué tiene de malo eso de la «píldora»? – preguntó Matilde algo más seria que antes.

Virginia no quiso intervenir. «Desde luego mi marido es muy hábil; ya consiguió sacar el tema», pensó, sin llegar a decir a nada.

- No me refiero al plano médico sino al psicológico; o quizá más exactamente al familiar, bajo el punto de vista del comportamiento – aclaró Tom.

- ¿Es que piensas que en el plano médico no existe ningún problema? – señaló Luis.

- Bueno, las consecuencias médicas creo que son conocidas por todos: Mayor propensión para el cáncer, en el caso de uso de aparatos, y alteraciones del sistema neurovegetativo siempre – dejó claro Tom -. Es un hecho sobre el que todavía no existe suficiente experiencia como para conocer todos los problemas que lleva consigo; cuando se sepan creo que nos llevaremos una desagradable sorpresa. Pero a mí no son éstos los problemas que más me preocupan. Hay otros que los considero aún más serios.

- En concreto, ¿cuáles? – cortó Luis, en un tono algo preocupado.

- Bueno…, me refiero a las consecuencias directas que tienen en las rupturas de los matrimonios y en los fracasos familiares.

- Ese asunto me interesa mucho – asentó Matilde-. Lo puedes explicar con detalle.

- Me acuerdo de dos casos concretos que he vivido de cerca y los dos terminaron mal, uno de ellos en divorcio.

- Puedes contarnos los dos, seguro que me interesan – le pidió Matilde.

- No hay problema, las dos son familias de Monterrey, ahora viven en México D. F., con no citar los nombres, está asegurada la discreción – Tom cambió de tercio y preguntó-. Vosotros sois católicos, ¿verdad?

- Sí – respondió secamente Luis.

- Una de las familias a que me refiero era oriunda de Aguas Calientes, México; se casaron y se fueron a vivir a Monterrey. La otra era de Monterrey de siempre, ambas familias católicas practicantes – Tom se tomó un respiro y continuó-. Os voy a contar primero la historia de la familia de Aguas Calientes. La razón de vivir en Monterrey fue el trabajo de él. A los tres años de casados ya tenían dos hijos, una parejita, y a partir de ese momento decidieron usar la píldora; dos hijos ya eran bastante. ¿Os interesa de verdad el tema? ¿Sigo?

- Sí, sí, continúa que me interesa – afirmó Matilde.

- Pienso que es un poco duro, aunque totalmente verídico – Tom adquirió un tono más serio y continuó-. Como sabéis, el acto conyugal es un acto cuyo fin natural es la procreación, y el uso de la píldora supone anular su fin natural para que quede solamente la satisfacción personal. La naturaleza es muy sabia y cuando el hombre no cumple con las leyes naturales siempre se cobra la factura y, en estos casos, una factura muy cara.

- ¿Cuál? – preguntaron los dos a coro.

- La factura es casi siempre la misma: problemas más o menos graves en el matrimonio y, por lo tanto, en la familia.

- Pero, ¿a qué problemas te estás refiriendo? – atajó esta vez Matilde un poco nerviosa.

- Yendo directo al grano, las consecuencias suelen ser::

1ª) Marido y mujer se vuelven más egoístas.

2ª) El egoísmo va matando poco a poco el amor, sin que apenas ellos se den cuenta.

3ª) Se pierde la fe.

4ª) Empiezan los conflictos matrimoniales

5ª) Se llega a una separación de cuerpos. Y en algunos casos la ruptura.

- Creo que estás exagerando – dijo Matilde.

- Tom sabe muy bien lo que está diciendo – apoyó Virginia-. Es un asunto que ha estado estudiando mucho.

- ¿Por qué no me das algunas razones que expliquen ese final tan trágico? – preguntó Luis.

- Desarrollar el tema bien y con exactitud requiere mucho tiempo y no es sencillo, pero si queréis os adelanto algunas consecuencias directas, y luego os puedo recomendar algún libro en donde podáis profundizar y confirmar lo que os voy a decir.

- Tenemos tiempo y esto nos interesa; puedes ir despacio – le pidió Matilde.

- No es problema de ir despacio, explicarlo bien son algunas horas y necesitaría mostraros documentos que no tengo a mano. Pero intentaré haceros un resumen de las causas más significativas:

Primero hay que considerar las

Causas naturales

1ª) Se cambia el fin del acto conyugal, que es de amor y entrega para la procreación de un hijo, por un acto en el que cada uno busca solamente su propio gozo o satisfacción. Se convierte la entrega en egoísmo y, como sabéis – puntualizó Tom -, el egoísmo es el primer enemigo del amor.

2ª) El poder hacer el acto conyugal indiscriminadamente, tantos días como se quiera y sin cortapisas, puede llevar a la rutina, y terminar en la búsqueda de efectos especiales, y cuando ya no se puede prosperar más por ese camino, existe la posibilidad de terminar en el hastío. Luego hay el peligro de que surja una autopregunta como ésta: «Quizá con otra persona sea mejor.» Lo que estoy diciendo es el resultado de estadísticas serias; los médicos y los abogados matrimonialistas saben de esto.

- ¿Y si no se usa la píldora está una a salvo de este peligro? – preguntó Matilde

- En materias del comportamiento no existen reglas fijas, pero el tener que guardar continencia durante los embarazos, las reglas o las lactancias, no dudes que aumentan el deseo y también el cariño. – Tom miró a su esposa y continuó-. Pero además hay otras razones más profundas y éstas son:

Las causas sobrenaturales

1ª) El hecho de hacer algo grave contra la ley natural, o sea contra la Ley de Dios, con pleno consentimiento, supone estar ambos cónyuges en pecado mortal permanente; en este aspecto la enseñanza de la Iglesia es contundente.

2ª) El pecado mortal excluye gracias sobrenaturales que ayudan a aumentar el amor entre los cónyuges y a educar bien a los hijos.

3ª) Si además, y existen casos, se sigue comulgando, se comete un nuevo pecado grave por cada Comunión, lo cual empeora la situación.

4ª) Como al ser humano le gusta ser congruente con lo que cree y hace, para conseguir esta congruencia lo más frecuente es tachar a Dios y, por lo tanto, dejar de practicar o admitir que todo esto está permitido. Hacerse un dios a su medida.

- Unidas las dos causas anteriores – prosiguió Tom -, el aumento de egoísmo personal y la falta de las gracias sobrenaturales, el final que antes os indiqué es una consecuencia lógica. Es verdad que la regla tiene excepciones, pero creedme, muchas menos de las que podéis imaginaros. Existen muchos matrimonios que viven juntos, por los hijos, pero que su verdadero amor está enfermo. Y ellos lo saben. Con el amor no se puede jugar: o se quieren cada día más o se querrán menos; no hay término medio, y los anticonceptivos ayudan a quererse menos.

- Yo lo consulté con mi párroco y me dijo que en mi caso podía tomar la píldora – se atrevió a decir Matilde, en voz tenue y con un leve sonrojo en las mejillas.

- También conozco esos casos; desgraciadamente existen con alguna frecuencia, y a mí personalmente me causan pena, pues la mayoría de las veces no saben el mal que están haciendo.

- La doctrina de la Iglesia es clara – reforzó Virginia - y el Santo Padre lo ha enseñado de modo tajante: Los métodos anticonceptivos artificiales no se permiten en ningún caso (píldora, DIU, preservativos… etcétera.).

- Pues yo había entendido que hay casos de problemas de salud en los que los médicos pueden recomendarlos – aseguró Luis.

- Algunos médicos lo harán, pero sigue estando mal. En esos casos la única salida válida es abstenerse durante los períodos fértiles, y eso cuando existen causas que lo justifiquen.

- La postura de la Iglesia aceptando los métodos naturales para controlar la natalidad me parece un tanto hipócrita – dijo Matilde.

- No estoy de acuerdo – intervino de nuevo Virginia -. Los períodos no fértiles de la mujer los ha puesto Dios y por algo será. Además, al usar del matrimonio en esos períodos no hay un rechazo radical del posible hijo, sino una aceptación consciente de que éste podría venir; no se cierran hermética y artificialmente las fuentes de la vida; ésta puede venir, si es la voluntad de Dios.

- Pero todos sabemos que los métodos naturales son un fracaso – contraatacó Matilde.

- Estás en un gran error – sentenció Tom-. Hasta ahora han tenido poco eco los últimos avances científicos sobre estos métodos porque las multinacionales de la píldora y los preservativos ejercen una enorme presión en la opinión pública. Pero esto está confirmado. Cada vez son más los hombres de ciencia que están a favor de los métodos naturales y en contra de los artificiales. Y no tanto por razones morales cuanto por razones estrictamente médicas y prácticas. Se está demostrando que evitan muchas consecuencias nocivas y que, con los últimos avances, son tan seguros como los otros.

Luis y Matilde no tenían muchas ganas de seguir hablando. A pesar de todo, la curiosidad fue más fuerte y Matilde preguntó:

- Nos hablaste antes de dos casos, Tom. ¿Cuál era el otro? ¿El matrimonio de Monterrey?

- Cuando lo conocí era un matrimonio joven, llevaban cuatro años casados, seguían sin hijos; su posición económica era desahogada: un buen coche, una casa confortable y no se privaban de hacer viajes de recreo. El hijo ya lo buscarían más tarde, de momento no tenían prisa.

- “Por no tener hijos no hacemos daño a nadie – nos comentó en una ocasión la esposa-. La conciencia no nos reprocha nada”.

- Recuerdo – comentó Virginia - que en otra oportunidad, Tom me dijo: «¡Están preparando la tumba de su hijo!»; aún no he entendido muy bien lo que quisiste decirme con esa frase, pero me pareció tan fuerte que no he podido olvidarla.

- Creo que con esa vida tan materialista y egoísta no serán capaces de transmitir nada espiritual a nadie; es posible que ni la misma vida. Al final – continuó Tom -, tuvieron un hijo y cuando cumplía el pequeño cinco años estaban en los tribunales para ver quién podía quedarse con él. Es un caso más de los muchos que pasan.

- ¡Me parece un poco fuerte todo lo que nos has contado! – se desahogó Matilde -. ¿No serán exageraciones tuyas? ¡Yo creo que si la gente supiera que los anticonceptivos ayudan a dañar tanto su matrimonio quizá actuarían de otra forma!

- A Tom no le gusta exagerar – añadió Virginia -. Todo lo que ha dicho lo ha pensado y lo ha comprobado bien; yo creo que la situación actual de muchas familias es una confirmación patente de lo que ha dicho.

- Pero hablemos de otra cosa – cortó Tom -. ¿Dónde vais a pasar las Navidades este año?

Cuando llegaron al hotel, Tom le hizo esta confesión a Virginia:

- Me cuesta mucho comentar estas cosas porque considero que son muy fuertes.

- ¿Qué cosas?

- Yo pienso que una familia en donde se usan anticonceptivos es muy difícil educar a los hijos en la fe; es imposible darles ejemplo de fe viva, y sin ejemplo no se puede educar. Termina siendo una familia con unos valores muy pobres.

- En otras palabras – apoyó Virginia-, cuando faltan gracias sobrenaturales no se puede vivir una fe sincera. Y sin una fe sincera, ¿cómo se va a educar la fe de los hijos?

jueves, 10 de diciembre de 2009

¡Genial!

La soberanía del pueblo (?)


LA SOBERANÍA POLÍTICA

Pocos conceptos del vocabulario político de nuestro tiempo resultan tan confusos como el término soberanía. La variedad de sus contenidos o significaciones es tal que autores tan dispares como Maritain y Kelsen consideran muy deseable la exclusión de la palabra “soberanía” del vocabulario de la ciencia política; de lo contrario, aumentaría la gran confusión existente.

Por ello es menester aclarar cuál es el sentido correcto de soberanía, distinguiéndolo de las doctrinas erróneas, para finalmente establecer quién es – dentro de la sociedad política – el sujeto propio de la soberanía política.

Origen del término

Soberanía deriva del bajo latín superaneus, “el que está sobre los demás”, “el superior”; del mismo origen es la palabra soberano, por la cual en castellano se designa al rey, emperador o jefe político del Estado. De indicar una relación de posición o lugar (superior-inferior) pasó por metonimia a designar la dignidad, el honor, la autoridad.

Como concepto de la teoría política, lo encontramos en Jean Bodin, el cual formula una doctrina de la soberanía (De la république). Para justificar el carácter absolutista del poder monárquico de su tiempo, Bodin recurre al concepto de soberanía, asignándolo en primer lugar a Cristo como “Señor Absoluto”; de ahí lo deriva al monarca, como representante de Cristo mismo. El autor añade que la soberanía implica tres notas: es absoluta, es inalienable y es indivisible.

Posteriormente, el alemán Althusius y más tarde Rousseau sustituyeron la “soberanía del príncipe” por la “soberanía del pueblo”, fórmula que subsiste hasta nuestros días, con el mismo contenido básico que Rousseau le asignara.

Doctrina liberal

Sobre la base de tales fuentes históricas quedó asentada la doctrina liberal sobre la “soberanía popular”. Rousseau vincula este concepto con otro de su creación “la voluntad general”, o sea la voluntad del pueblo, de la mayoría. Según éste el pueblo pasa a ser la fuente y raíz de todo poder político, de toda autoridad una vez establecido el “pacto social”, irrevocable, mediante el cual se constituye la sociedad política. Las cláusulas del pacto implican esencialmente “la enajenación total de cada asociado, con todos sus derechos, a toda la comunidad; porque, en primer lugar, dándose cada uno por entero, la condición es la misma para todos; siendo igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los demás” (El Contrato Social) (Otra cita:“con el objeto, pues, de que el pacto social no sea un vano formulario, comprende tácitamente este compromiso, el único que puede dar fuerza al resto: que aquél que rehúse obedecer a la voluntad general, será obligado a ello por todo el cuerpo; lo cual no significa otra cosa sino que se le forzará a ser libre” (Jean Jacques Rousseau, El Contrato Social, I, 7)Sobre la base del igualitarismo así instaurado el pueblo se erige, a través del mito de la voluntad general, en el legislador supremo. El gobierno no es sino el delegado o mandatario destinado a aplicar las decisiones de aquél. En tal carácter, el pueblo es la fuente de todo derecho y de toda norma moral; en consecuencia, puede revocar en cualquier momento la delegación otorgada al gobernante de turno.

La concepción liberal de la soberanía es utópica, contradictoria y nefasta. Es utópica por cuanto se basa en una quimera de pacto originario, históricamente inexistente. Es contradictoria ya que supone que los individuos se asocian libremente, pero a partir de ese instante no pueden revocar lo aprobado. Es aberrante en sus consecuencias: 1) porque disuelve el fundamento de la autoridad; 2) porque desemboca en el despotismo ilimitado del Estado y de la mayoría; 3) porque elimina toda referencia a Dios y al orden natural como origen de la autoridad; 4) porque coloca a la multitud amorfa como base de todo derecho y de la moral; 5) porque favorece la demagogia de quienes aspiran a perpetuarse en el poder.

Soberanía y orden natural

La doctrina del derecho natural nos brinda una orientación muy diferente respecto de la soberanía política, en plena conformidad tanto con los grandes principios del orden social, cuanto con la experiencia histórica de las naciones.

Ante todo debe precisarse el concepto mismo de soberanía. Es ésta un atributo de la autoridad, o sea la facultad por la cual la autoridad política impone mediante la ley determinadas obligaciones a los súbditos. Tal facultad le es inherente en tanto supone por definición una relación de superior a inferior, alguien que manda y alguien que obedece, uno que decide y otro que acata. Resulta claro que el soberano es quien hace la ley; pero esta facultad implica necesariamente no sólo el poder de legislar, sino también el de ejecutar o aplicar la ley y el de administrar la justicia según la misma ley, de acuerdo a la clásica división de funciones ya enunciada por Aristóteles en su Política.

En su sentido propio, soberanía se dice de quien ejerce el poder en la sociedad; así se llamó soberano el rey en las monarquías. Pero, por extensión, y lato sensu, puede calificarse de soberana a toda la sociedad política en su conjunto, la cual incluye a la vez al gobierno y al cuerpo social. Así se habla de “soberanía nacional”, etc. Quede claro, sin embargo, que el poder soberano se ejerce sobre los miembros de un mismo Estado; se ejerce ad intra, o sea, sobre las partes que le están sometidas. Pero no se aplica correctamente a las relaciones entre Estados, pues no puede hablarse correctamente de la soberanía de Bolivia respecto de la Argentina. En este caso, debe hablarse de independencia o autonomía de un Estado respecto de otro; la independencia se ejerce ad extra, hacia el exterior.

Por lo expuesto se ve que la soberanía no implica de ningún modo la idea de una libertad o autonomía absoluta, cual la postula el liberalismo, como capacidad de autodeterminación de la multitud por sí misma. Tal concepto no rige siquiera para quien ejerce la autoridad pública, pues la facultad de dictar leyes está regulada por las exigencias del bien común nacional y por la misma ley natural. Soberanía, por tanto, no es sinónimo ni de potestad absoluta e indiscriminada, ni de arbitrariedad. Por ello la idea de una soberanía popular es un absurdo total, pues la multitud como tal no puede gobernarse a sí misma. Para lograrlo, tendría que mandarse y obedecerse a sí misma, lo cual es incongruente. La hipótesis del pueblo legislador nunca se verificó históricamente, ni podrá darse jamás, como lo resume claramente Zigliara: “Sólo puede poseer la soberanía quien es capaz de ejercerla, pues el poder está esencialmente ordenando al gobierno de la sociedad. La multitud es inepta para gobernarse. Por lo tanto, la multitud no puede poseer la soberanía” (Summa Philos., De auctoritate sociale, XII)

Sujeto de la soberanía

Igual doctrina sustenta León XIII sobre el origen del poder político: “Muchos de nuestros contemporáneos marchamos sobre la huella de aquellos que en el siglo pasado se atribuían el nombre de filósofos, dicen que todo poder viene del pueblo, de suerte que aquellos que lo ejercen en el Estado no lo hacen como algo que les pertenece, sino como delegados del pueblo que puede quitárselo. Los católicos tienen una doctrina diferente, hacen descender de Dios el derecho de mandar, como su fuente natural y necesaria. Importa, sin embargo, destacar aquí que aquellos que deben estar a la cabeza de los asuntos públicos pueden, en ciertos casos ser elegidos por la voluntad de la multitud, sin que contradiga ni repugne la doctrina católica. Esta elección designa al príncipe, pero no le confiere los derechos del principado. La autoridad no es dada, sino que se determina solamente quién debe ejercerla” (Diuturnum illud).

En síntesis: La autoridad es necesaria en toda sociedad política, por una exigencia del orden natural emanado de Dios, fuente de toda razón y justicia. La soberanía es el atributo esencial de la autoridad, la cual gobierna al pueblo no como delegado o mandatario de éste, sino como procuradora del bien común temporal y en el respeto de la ley natural, base de todo el derecho positivo

viernes, 4 de diciembre de 2009

La democracia


Este artículo es el primero de una serie de artículos que publicaremos, tomados de "El orden natural" de Carlos Sacheri. Surgió la inquietud de tratar estos temas a raíz de una serie de conversaciones mantenidas con personas de diversa edad, educación, trabajo y condición. En esas conversaciones me dí cuenta cuán profundo han entrado en nuestra vida, en nuestra mente, las ideas liberales democráticas que no están precisamente de acuerdo con un modo de pensar verdaderamente católico.

LA DEMOCRACIA

Uno de los temas más candentes, tanto de la ciencia como de la práctica contemporánea, es el relativo al régimen o sistema democrático. La vehemencia de las discusiones deriva de la constatación del fracaso universal de las democracias modernas, en las cuales los respectivos pueblos habían cifrado sus más vehementes anhelos de prosperidad y de paz. Resulta paradójico, en efecto, observar el vigor con el cual las naciones modernas han adoptado por doquier el sistema democrático como el mejor (y hasta el único) medio de gobierno político, cuando por otra parte, esos mismos pueblos padecen frecuentes crisis en el plano institucional y hasta erigen en jefes con grandes atributos, a líderes de fuerte personalidad.

La situación de crisis de las democracias requiere una revisión de los principios mismos del sistema, para descubrir si las fallas observadas son inherentes al mismo o si, por el contrario, son debidas a una aplicación deficiente del régimen.

El equívoco democrático

En primer lugar ha de esclarecerse cuál es el plano en que se sitúa el problema de la “democracia”. Un error muy difundido hoy asimila indebidamente la democracia como forma de gobierno y como forma de vida; así se oye hablar de un “estilo de vida”, de “valores” y de “espíritu democrático”. Tales expresiones son muy equívocas y generan innumerables errores.

La democracia es una forma de gobierno, esto es, un sistema o régimen del poder en la sociedad política. Es una de tantas, con sus ventajas y sus limitaciones, sus modalidades y adaptaciones más o menos adecuadas a las necesidades y tradiciones de los pueblos. Por ello, concebirla como una forma o estilo de vida implica una deformación grave de su naturaleza y alcances reales.

Lamentablemente, se usa y abusa del término democracia, hasta hacerle revestir los significados más contradictorios. Así los comunistas calificarán de “democracias populares” a las tiranías soviéticas, mientras regímenes plutocráticos occidentales se presentarán como abanderados de la democracia. Otros hablan de la democratización de la enseñanza, de la cultura, de la Iglesia, o de la empresa, etc., aumentando la confusión existente. Para no incurrir en errores análogos debemos distinguir,: 1) la democracia política o república en el sentido formulado por Aristóteles, Santo Tomás y la doctrina social católica; 2) el democratismo o mito pseudorreligioso de la democracia, formulado principalmente por Rousseau y el liberalismo político; 3) la democracia como caridad social hacia los sectores más necesitados (así habla León XIII de “democracia cristiana” en Quod Apostolici Muneris). Nuestra atención se concentrará en la distinción entre el sentido legítimo y el ilegítimo de “democracia”.

Democratismo liberal

La concepción más corriente de “democracia” hoy por hoy es heredera directa del democratismo liberal, expresado por J. J. Rousseau en su “Contrato Social”. Veamos sus tesis principales.

La democracia no es una forma de gobierno entre otras, sino “la” forma mejor y única legítima, absolutamente hablando. El mito democrático erige a la multitud en suprema fuente de toda autoridad y de toda ley, lo cual desemboca en un panteísmo político (ya no es Dios la fuente de toda autoridad, sino el pueblo divinizado). Las doctrinas liberales de la soberanía popular, la voluntad general, el sufragio universal, la necesidad de los partidos políticos, el slogan “libertad – igualdas – fraternidad”, son expresiones de la democracia-mito. La misma definición de Lincoln “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” está viciada de liberalismo, pues la clave está en la expresión “por el pueblo”; para el liberalismo es todo el pueblo quien gobierna como único soberano y la autoridad no es sino la mandataria o delegada por la multitud. Esta puede revocar su mandato en cualquier momento e investir a otra persona con el poder. Por otra parte, la multitud tiene un derecho de control sobre todos los actos de gobierno.

Tal concepción de la democracia coincide con la “democracia pura” que Aristóteles y Santo Tomás han denunciado como forma corrompida. “Si el gobierno inicuo es ejercido por muchos se le llama democracia, es decir, dominación del pueblo, cuando, valida de su cantidad, la plebe oprime a los ricos. Todo el pueblo llega a ser, entonces, como un único tirano” (De Regno, I., c. 1). Esto es debido a que en la democracia pura, gobierna todo el pueblo, en cuyo caso los más pobres se imponen por la sola razón de su número a todos los demás grupos sociales. En su forma pura, la democracia está centrada en los valores de libertad e igualdad como fines supremos; esto conduce a un igualitarismo puramente cuantitativo, pues todos han de ser igualmente libres en todo sentido. Con lo cual se establece una nivelación por lo más bajo, según una igualdad aritmética que tiende, por su propia dinámica, a un igualitarismo de los bienes económicos, por ser los inferiores.

Por lo expuesto, no ha de extrañar que la democracia “pura” tienda por un lado a la demagogia y por otro, al socialismo y al comunismo. A la primera, por cuanto la multitud-gobernante rechaza toda obediencia y toda exigencia, desembocando en una anarquía en la cual solo triunfan los demagogos o aduladores. Al socialismo comunista, por cuanto el igualitarismo por lo bajo, enemigo de toda diferenciación, configurará “una colectividad sin más jerarquía que la del sistema económico” (Divini Redemptoris); en la cual la libertad puramente formal del ciudadano-masa será sacrificada en aras de la igualdad absoluta.

Democracia y orden natural

Si la “democracia pura” es una forma corrompida de gobierno y si la mentalidad moderna está viciada por el mito democratista liberal que es la expresión de aquella ¿cabe concebir una democracia sana?

La doctrina del orden natural responde afirmativamente, a condición de evitar los errores antes denunciados. La democracia no ha de ser definida como gobierno de todo el pueblo – cosa utópica – sino como régimen en el cual el pueblo organizado tiene una participación moderada e indirecta en la gestión de los asuntos públicos.

Para su instauración han de respetarse los siguientes requisitos:

1) Como toda forma de gobierno, la democracia moderada tiene por fin supremo el bien común nacional y no la libertad ni la igualdad;

2) No es ni la mejor ni la única forma legítima de gobierno, pero puede ser la más aconsejable en ciertos países, según las circunstancias;

3) Para existir debe contar con un pueblo orgánico y no una masa atomizada e indiferenciada; ello supone el respeto y estímulo a los grupos intermedios según los principios de subsidiaridad y solidaridad;

4) De ningún modo es el pueblo el soberano, sino quien ejerce la autoridad, derivada de Dios como de su fuente suprema. La autoridad ha de ser fuerte, al servicio del cuerpo social y respetuosa del orden natural; y no un mero mandatario o delegado de la multitud;

5) La democracia ha de basarse en el respeto de la ley moral y religiosa, que han de reflejarse en la legislación positiva. El orden natural es la fuente de toda ley humana justa.

6) La participación popular ha de ser moderada e indirecta para que haya democracia orgánica. Moderada por cuanto no puede basarse en el sufragio universal igualitario del liberalismo (que es injusto, incompetente y corruptor), sino en una elección según niveles de competencia reales en el elector y el elegido. Indirecta, por cuanto el pueblo puede determinar quienes han de ejercer el poder, pero no gobernar por sí mismo;

7) Ha de evitarse el absolutismo del Estado actual, que erige a este en fin, mediante la representación orgánica de los grupos intermedios políticos, económicos y culturales;

8) Ha de contar con una verdadera élite gobernante que se destaque por sus virtudes intelectuales y morales.

Tales son las exigencias básicas de una democracia sana para el mundo de hoy.

miércoles, 28 de mayo de 2008


LITURGIA Y MÚSICA SACRA (1º parte)
Card. Joseph Ratzinger
Revista Gladius Nº 9 – Asunción de María de 1987

Recientemente el Cardenal Joseph Ratzinger pronunció en Roma una medulosa conferencia acerca de la música sacra. Conocedores del elevado interés de sus conceptos nos dirigimos a él solicitándole el texto de la misma. El Cardenal accedió generosamente a nuestro requerimiento. Desde estas columnas expresamos nuestro agradecimiento al autor por su deferencia con GLADIUS (N. de la R.)



Desde el comienzo existió una relación fraternal entre la música y la liturgia. Cuando el hombre alaba a Dios, las palabras por sí solas son insuficientes. La palabra elevada a Dios trasciende los límites del lenguaje humano. Por este motivo, el lenguaje, por naturaleza propia y en todas partes, invocó la ayuda de la música, el canto y la voz de la creación en el sonido de los instrumentos. De hecho, en la adoración a Dios no participa solamente el hombre. La liturgia como servicio de Dios, es el inserirse en Aquel del que hablan todas las cosas.

Por su propia naturaleza, la liturgia y la música están estrechamente unidas, aunque la relación entre ellas ha sido siempre compleja, sobre todo en los momentos cruciales de transición, en la historia y en la cultura. No podemos sorprendernos que sea puesto hoy otra vez en discusión el problema de la forma adecuada de la música en la celebración litúrgica. En las disputas del Concilio y también después parecía que se trataba simplemente de divergencias entre personas dedicadas a la práctica pastoral por un lado y músicos de Iglesia por otro, que no querían afiliarse a un concepto de simple practibilidad pastoral, pero sí hacer valer la dignidad intrínseca de la música como una escala de valores pastorales y litúrgicos de criterios propios (1). El conflicto parecía por tanto tener esencialmente lugar sólo en el plano de la aplicación. En este ínterin, la separación tornóse más profunda. La segunda ola de la reforma litúrgica lleva el problema hasta sus fundamentos. Se trata ahora de la naturaleza de la acción litúrgica como tal, de sus bases antropológicas y teológicas. El conflicto que envuelve a la música sacra es sintomático para la cuestión más profunda, que sería la litúrgica.

1- ¿SUPERAR EL CONCILIO?
UNA NUEVA CONCEPCIÓN DE LA LITURGIA

La nueva etapa en que se manifiesta la voluntad de una reforma litúrgica considera explícitamente sus fundamentos no ya en las palabras emitidas por el Concilio Vaticano II, pero sí en su “espíritu”. Utilizo aquí como texto sintomático el artículo bien informado y coherente sobre el canto y la música en la Iglesia del Nuevo Diccionario de la Liturgia. Aquí no se pone en discusión el alto valor artístico del canto gregoriano o de la polifonía clásica. Ni tampoco se establece una confrontación entre la actividad comunitaria y un arte elitista. El punto crucial de la discusión no consiste asimismo en la refutación de una cierta petrificación histórica que se limitase a copiar el pasado, y de esta manera sin presente y sin futuro. Se trata por sobre todo de una nueva concepción básica de la liturgia, con la que se pretende superar al Concilio, cuya constitución litúrgica tendría “dos almas” (2).

Tratemos de exponer brevemente esta concepción en sus lineamientos principales. El punto de partida de la liturgia – así se nos dice – radica en la reunión de dos o tres personas que se congregan en el nombre de Cristo (3). Tal referencia a la promesa que se incluye en las palabras del Señor (Mt. 18,20) suena, al escucharla por primera vez, como algo inofensivo y tradicional. Pero dichas palabras contienen una tendencia revolucionaria por el hecho de que la cita bíblica es sacada de su contexto y se la hace resaltar en contraste con toda la tradición litúrgica. Porque los “dos o tres” son enarbolados en oposición a una Institución con papeles institucionalizados y a todo “programa codificado” (4). Así, tal afirmación significa: No es la Iglesia quien precede al grupo, sino el grupo quien precede a la Iglesia. No es la Iglesia en su dimensión global la que sostiene la liturgia de los grupos individuales o comunidades, sino que es el grupo mismo el lugar de origen de la liturgia. La liturgia no crece por tanto partiendo de un modelo común, de un “rito” (reducido a un “programa codificado”, imagen negativa de falta de libertad); la liturgia nace en un momento y un ambiente determinado, gracias a la creatividad de todas las personas que se encuentran reunidas. En tal lenguaje sociológico, el sacramento del sacerdocio es presentado como un papel institucional que ha instaurado un monopolio, y que por medio de la Institución (la Iglesia) ha disuelto la unidad primitiva y la comunidad de los grupos. En semejante contexto, la música, se nos dice, así como el latín, se tornó un lenguaje de iniciados: “la expresión de otra Iglesia, o sea de la Institución y su clero” (5).

El haber aislado el versículo de Mateo 18,20 de la total tradición bíblica y eclesiástica de la oración común de la Iglesia, trae, como se puede observar aquí, graves consecuencias: la promesa que el Señor hizo a los orantes de cada lugar, transformóse en una dogmatización de los grupos autónomos. De la comunión en el orar se llegó a un igualitarismo que considera el desarrollo del ministerio sacerdotal como el surgimiento de otra Iglesia. Desde este punto de vista, toda propuesta que provenga de la Totalidad es considerada como eslabón de una cadena contra la cual es menester sublevarse por amor a la novedad y la libertad de la celebración litúrgica. No la obediencia frente a un todo, sino la creatividad del momento tórnase la forma determinante.

Es evidente que juntamente con la adopción de un lenguaje sociológico hubo aquí una adopción de valores; el sistema de valores establecido por el lenguaje sociológico forma una nueva visión positiva y negativa de la historia y del presente. De esta forma, los conceptos tradicionales(digámoslo de paso, también conciliares), como por ejemplo, “el tesoro de la música sacra”, “el órgano, rey de los instrumentos”, “la universalidad del canto gregoriano”, son considerados como “mistificaciones” con el objetivo de “conservar una determinada forma de poder” (6) Una cierta manera de administración del poder (así se nos dice) sintiéndose amenazada por los procesos de transformaciones culturales, reacciona y encubre con la máscara del amor a la tradición su esfuerzo de autoconservación. El canto gregoriano y Palestrina serían deidades patronales de un antiguo repertorio mitificado (7), partes integrantes de una contracultura católica que en ellos se apoyaría como arquetipos remitificados y supersacralizados (8), debiendo ser considerados en la historia de la liturgia de la Iglesia más como expresión de una burocracia de culto que de la actividad cantante del pueblo (9). Asimismo, el contenido del Motu Proprio de Pío X sobre la música sacra es considerado como una “ideología de música sacra culturalmente miope y teológicamente nula” (10). Aquí, como resulta evidente, no actúa solamente una mentalidad sociologista, sino también un intento por separar totalmente el Nuevo Testamento de la historia de la Iglesia, unido a una teoría de la decadencia, característica de muchas situaciones signadas por el iluminismo: lo puro sólo puede encontrarse en los inicios evangélicos, todo el resto de la historia aparece como una “aventura musical con experiencias desorientadas y erróneas”, que ahora deben terminarse para finalmente retomar el rumbo justo (11).

Pero ¿cómo se configura ahora lo nuevo y lo mejor? Los principios directivos ya fueron mencionados de manera sutil precedentemente; ahora debemos prestar atención más detalladamente a su concreción. Dos valores fundamentales se argumentan de un modo claro, “el valor primario” de una liturgia renovada, se nos dice, consistiría en “el actuar de todas las personas en plenitud y autenticidad” (12); consecuentemente, la música de la Iglesia significa en primera línea que el “pueblo de Dios” manifiesta su identidad cantando. Con esto tiénese el criterio de valor que aquí actúa: la música se muestra como la fuerza que realiza la cohesión del grupo. Los cantos que se entonan revelarían los caracteres distintivos de una comunidad (13). De estas premisas surgen las categorías principales de la estructuración musical de la liturgia: el proyecto, el programa, la animación, la dirección. Más importante que el Qué (así se nos dice) sería el Cómo (14). El poder celebrar sería sobre todo el “poder hacer”; la música debería ante todo ser “hecha”... (15). Para no ser injusto debo agregar que en el artículo en cuestión no se deja absolutamente de manifestar comprensión por las diversas situaciones culturales, restando un espacio abierto para la adopción de bienes históricos. Y sobre todo se resalta el carácter pascual de la liturgia cristiana, cuyo canto no solamente representaría la identidad del pueblo de Dios, sino que también debería dar cuenta de la esperanza y anunciar a todos la faz del Padre de Jesucristo (16).

Quedan, así, elementos de continuidad en la gran ruptura, que permiten el diálogo y mantienen la esperanza de que se pueda volver a encontrar la unidad en la comprensión de base de la liturgia, amenazada de perderse cuando se pretende que la liturgia deriva del grupo en vez de la Iglesia, y esto no solamente en un plano teórico, sino también en la práctica concreta del servicio divino. No me referiría tan detalladamente a esto, si pensase que tales ideas debiesen ser atribuidas a teóricos aislados. Aunque es indiscutible que tales ideas no pueden apoyarse en el texto del Vaticano II, se ha introducido en algunos secretariados litúrgicos y sus órganos respectivos la opinión de que el espíritu del Concilio orienta en dicha dirección. Una opinión, por demás divulgada hoy, ya en el sentido de lo que acabamos de describir, o sea, de que la así llamada creatividad, la actuación de todos los presentes, y la referencia a un grupo de personas que se conocen e interpelan mutuamente serían las categorías propias de la concepción litúrgica conciliar. No solamente hay sacerdotes, sino también Obispos, que tienen algunas veces la sensación de no ser fieles al Concilio, si rezan todo así como está en el Misal. Debe existir al menos un estilo “creativo”, por vano que sea. El saludo civil de los presentes y, en lo posible, también los cordiales deseos de despedida son ya considerados como parte obligatoria de la acción sacra, de los que ninguno se atreve a sustraerse.

2- EL FUNDAMENTO FILOSÓFICO DEL CONCEPTO Y SU CUESTIONAMIENTO

Todavía no hemos considerado, ni siquiera ligeramente, el núcleo de esta transformación de valores. Todo lo dicho hasta aquí resulta de la anteposición del grupo a la Iglesia. Pero ¿ello por qué? El motivo radica en el hecho de que quienes tal cambio propugnan subordinan la Iglesia al concepto genérico de “institución”, y el término “institución” en el tipo de sociología aquí adoptada lleva en sí una cualidad negativa. Ella encarna el poder, y el poder es considerado como contrario a la libertad. Dado que la fe (la imitación de Jesús) es concebida como un valor positivo, deber estar al lado de la libertad, y por su naturaleza debe entonces ser antiinstitucional también. En consecuencia, la liturgia no puede ser un sustento o una parte de la institución; debe por lo tanto constituir una fuerza contrastante que ayude a revertir a los poderosos del trono. La esperanza pascual, de la que la liturgia debe dar testimonio, puede tornarse en algo muy terrenal, si se asume dicho punto de partida; se transforma en esperanza de superación de instituciones y en un medio de lucha contra el poder. Quien conozca la llamada Misa Nicaragüense, aun sólo por haber leído sus textos, puede tener una impresión de esa desviación de la esperanza y del nuevo realismo que la liturgia pretende así conquistar, como instrumento de una promesa militante. Puede ver también cuál es el significado y la importancia que se atribuye a la música en la nueva concepción. La fuerza excitante del grito de los cantos revolucionarios comunica un entusiasmo y una convicción que no podrían derivarse de una liturgia simplemente recitada. Como se ve, aquí ya no se trata más de una mera oposición a la música litúrgica. Ella obtuvo un nuevo papel insustituible, el despertar las energías irracionales y del empuje comunitario, al cual todo tiende. Pero ella es, al mismo tiempo, formación de conciencia, porque la palabra cantada se comunica de manera mucho más eficaz al espíritu que la palabra simplemente pensada o hablada. Por lo demás, en camino que lleva a la liturgia del grupo, intencionalmente se supera el límite de la comunidad local: gracias a la forma litúrgica y su música se intenta construir una nueva solidaridad, por medio de la cual debe formarse un nuevo pueblo que se autodefine pueblo de Dios, que se considera Dios a sí mismo y las energías históricas en él realizadas.

Volvamos una vez al análisis de los valores que se transformaron en determinantes en la nueva conciencia litúrgica. Tratábase por una parte de la cualidad negativa del concepto de institución y de la consideración de la Iglesia exclusivamente desde esa faceta sociológica y, para colmo, no ya en la óptica de una sociología empírica, sino desde un punto de vista que deriva de los así llamados maestros de la sospecha. Observamos que ellos han cumplido su obra de modo eficaz. En verdad, lograron determinar las conciencias en un sentido preciso, aún sin conocer ellas el origen de tal determinación. La sospecha no hubiera estado acompañada de una promesa, de fascinación casi irresistible, a saber, la idea de libertad como el verdadero derecho de la dignidad humana. Es por eso que el punto crucial de la discusión ha de ser la pregunta: ¿Cuál es el verdadero concepto de libertad? De este modo, la disputa sobre la liturgia abandona las cuestiones superficiales de forma y es reconducida a su punto esencial, ya que en la liturgia se trata en verdad de la presencia de la salvación, del alcance de la verdadera libertad. Señalando el núcleo de la cuestión se alcanza sin duda el elemento positivo de la nueva disputa.

Al mismo tiempo se manifiesta cuál es el sufrimiento verdadero de la cristiandad católica. Si ahora la Iglesia aparece solamente como institución, como detentora del poder, y entonces, como contraparte de la libertad, como impedimento para la salvación, entonces la fe se contradice, porque si, por un lado, no puede existir sin la Iglesia, por el otro se dirige fundamentalmente contra ella. Allí radica también la paradoja verdaderamente trágica de la reforma litúrgica, porque la liturgia sin la Iglesia es en sí una contradicción. Donde todos actúan, para que todos sean Sujeto, desaparece, con la Iglesia, el sujeto común, así como también Aquel que actúa verdaderamente en la liturgia. Se olvidan de hecho que la liturgia es también “Opus Dei”, en la que Dios actúa, Él mismo en primer lugar; nosotros por medio de Su acción somos salvados. Cuando el grupo se celebra así mismo, en realidad no celebra nada, porque el grupo no es motivo para celebrar. Es por esto que la acción litúrgica, como la entiende la Iglesia, se transforma en algo fastidioso. No sucede nada, si Aquel que todo el mundo espera permanece ausente. Así se hace lógica la transición hacia otros objetivos concretos, como se refleja en la Misa Nicaragüense.

Los sustentadores de este modo de pensar deben por ende ser interrogados con toda decisión: ¿es la Iglesia en verdad una mera institución, una burocracia de culto, un aparato de poder? ¿Es el ministerio sacerdotal solamente un monopolio de privilegios sagrados? Si no se logra superar estas ideas también en el plano afectivo y mirar nuevamente con el corazón a la Iglesia de otra manera, la liturgia no será renovada sino muerta; serán muertos que entierran a muertos, aunque a esto lo llamen reforma. Entonces, naturalmente, ya no habrá más música de Iglesia, porque el sujeto, la Iglesia, se habrá perdido. De derecho, tampoco se podrá hablar más de liturgia, dado que ella presupone a la Iglesia; lo que pervivirá no serán sino rituales de grupos que se sirven más o menos hábilmente de medios de expresión musical. Si la liturgia ha de sobrevivir o ser renovada, es necesidad elemental que la Iglesia sea redescubierta nuevamente. Más aún, yo agregaría que si la alienación del hombre ha de ser superada, si el hombre debe reencontrar su identidad, es indispensable que encuentre de nuevo a la Iglesia. Ella, en verdad, lejos de ser una institución misantrópica, es aquel nuevo Nosotros en que finalmente el Yo puede conquistar su base y su permanencia.

Sería benéfico releer en este contexto con mucha atención el librito con que Romano Guardini, el gran pionero de la reforma litúrgica, concluyó su obra literaria en el último año del Concilio (17). Él mismo confiesa que escribió este libro con preocupación por la Iglesia y con amor hacia Ella, ya que conocía muy bien su aspecto humano y la amenaza que se cernía. Él aprendió a descubrir en aquella humanidad el escándalo de la encarnación de Dios, aprendió a ver en ella la presencia del Señor que hizo de la Iglesia su cuerpo. Sólo así existe una contemporaneidad de Jesucristo con nosotros. Y solamente si se da dicha contemporaneidad existe una liturgia real, que no es solamente un recordar el misterio pascual, sino Su presencia verdadera. Sólo si es así, la liturgia es participación en el diálogo trinitario entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Solamente de este modo la liturgia no es nuestro “hacer”, sino el Opus Dei, el actuar de Dios sobre nosotros y en nosotros. Por eso Guardini ha resaltado expresamente que en la liturgia no importa hacer alguna cosa, sino ser. Sostener que la actuación de todos sea el valor central de liturgia es la más radical contraposición que se pueda haber imaginado a la concepción que tiene Guardini de la liturgia. En realidad el actuar de todos nosotros no solamente no es el valor fundamental de la liturgia, sino que, como tal, no es en verdad ningún valor (18).

Me abstengo de profundizar en estos problemas; nos debemos concentrar en el objetivo de encontrar un punto de partida y una escala de valores para una justa relación entre liturgia y música. En verdad desde este punto de vista resulta de gran importancia la constatación de que el verdadero sujeto de la liturgia es la Iglesia y, más precisamente, la “communio sanctorum” de todos los lugares y de todos los tiempos. De esto no resulta solamente – como Guardini en uno de sus primeros escritos, “Liturgische Bildung”, ha mostrado detalladamente – la indisponibilidad de la liturgia frente a la arbitrariedad del grupo y del individuo (también del clero y de los especialistas) (19), y por tanto lo que Guardini llamaba su objetividad y su positividad; resulta, sobre todo, las tres dimensiones ontológicas en las que la liturgia vive: el cosmos, la historia y el misterio. La llamada de la historia comprende un desarrollo, esto es, la vinculación a alguna cosa vital que tiene inicio, que continua operando, que resta presente sin concluirse, pero que vive solamente en la medida en que continua desarrollándose. Algo se atrofia, otra cosa se olvida y se retoma más tarde, con una nueva forma; siempre, por lo tanto, el desarrollo significa participación en un inicio abierto hacia adelante. Con esto hemos tocado ya una segunda categoría que, colocada en relación con el cosmos, conquista su significación específica: la liturgia comprendida de tal modo vive en la forma fundamental de la participación. Nadie es su primer y único creador; para cada uno, ella es una participación en algo más amplio, que lo supera, pero también cada uno es un actor porque es un receptor. La referencia al Misterio significa finalmente que el inicio del acontecer litúrgico no está nunca en nosotros mismos. Es la respuesta a una iniciativa de lo alto, a una llamada y a un acto de amor que es misterio. Problemas existen para ser esclarecidos; el misterio todavía no se abre a la explicación, sino solamente cuando se lo acepta en el consentimiento, en el sí, que siguiendo las huellas de la Biblia podemos llamar, también hoy, con el nombre de obediencia.

Llegamos así a un punto de gran importancia para el factor artístico. La pretendida liturgia de grupo, en verdad, no es cósmica, pues vive de la autonomía del grupo. No tiene historia, sino que se caracteriza por la propia emancipación de la historia, por el hacerse a sí mismo, aunque se trabaje con escenarios históricos. No conoce el misterio, porque en ella todo resulta esclarecido y ha de ser esclarecido. El desarrollo y la participación le son asimismo extraños tanto como la obediencia. En lugar de todo ello se pone la creatividad, mediante la cual la autonomía del emancipado intenta finalmente confirmarse. Tal creatividad, que quisiera se la expresión activa de la autonomía y emancipación, es por esto mismo totalmente contraria a toda participación. Sus signos son la arbitrariedad, cual modo necesario de renegar de cada forma o norma existente; la irrepetibilidad, porque repetición sería ya dependencia; la artificialidad, porque debe tratarse de una pura creación del hombre. Así tórnase claro que una creatividad humana que no quiera ser recepción y participación es absurda por su propia esencia, y no es verdadera, porque el hombre solamente puede ser él mismo a través de la recepción y de la participación. Tal creatividad es fuga de la “conditio humana” y por eso es falsa. La decadencia de la cultura se inicia allí donde, con la pérdida de la fe en Dios, resulta también cuestionada una precedente razón del Ser.

Resumamos lo que hemos alcanzado hasta aquí en orden a poder después señalar las consecuencias para el punto de partida y para la forma fundamental de la música de la Iglesia. Hemos percibido cómo el primado del grupo resultó de una manera de considerar a la Iglesia cual si fuera una mera institución, basada en una idea de libertad que no se presta para compaginarse con la idea y la realidad de lo institucional, y que no está capacitada para percibir la dimensión del misterio en la realidad de la Iglesia. La libertad es entendida a partir de la idea-guía de autonomía y emancipación, y se concreta en la idea de creatividad, que según ese telón de fondo se pone en estricto contraste con aquella objetividad y positividad que son esenciales a la liturgia eclesiástica. El grupo debe cada vez inventarse a sí mismo, cada vez de nuevo; solamente entonces será libre. Ya hemos también señalado cómo la liturgia, que merece este nombre, se opone radicalmente a semejante concepción. La liturgia está contra la arbitrariedad ahistórica, que no conoce ningún desarrollo y por tanto camina en el vacío; está contra una irrepetibilidad que también es exclusión y pérdida de comunicación más allá de los grupos; no está contra la tecnología, pero sí contra lo artificial que hace que el hombre se cree su contramundo perdiendo de la vista y del corazón la creación de Dios. Los contrastes son claros, en su punto de partida, como clara es la fundamentación intrínseca del modo de pensar del grupo, a partir de una idea de libertad comprendida de modo autonomístico. Pero ahora es preciso preguntarse en forma positiva acerca de la concepción antropológica sobre la que se basa la liturgia en el sentido de la fe de la Iglesia.