ACTO DE ABANDONO

Dios mío, creo en tu infinita bondad, no sólo en aquella bondad que abarca al mundo, sino en aquella bondad particular y personal que me atiende a mí, pobre criatura y que dispone todo para mi mejor bien. Por esto, Señor, aunque no lo veo, ni comprendo, ni lo advierto, creo que el estado en que me encuentro y todo lo que me sucede es obra de tu amor. Con toda mi voluntad, lo prefiero a cualquier otra situación que me sería más agradable, pero que no vendría de ti. Me encomiendo en tus manos: haz de mí lo que te plazca, no dándome ningún otro consuelo que el de obedecerte. Amén.

lunes, 21 de abril de 2008

Este artículo es mi amigo Hernandarias. Para reflexionar e implorar a Dios que nos libre de este mal.

Notas sobre la realidad actual y la tentación del celo amargo:

Cuando el ambiente es favorable al cristianismo y casi no hay personas que dificulten la vida cristiana, se corre el riesgo de caer en la autocomplacencia y la pérdida de disciplina. Por el contrario, en el difícil ambiente en el cual se vive hoy una de las tentaciones propias es la del celo amargo.

Analizado nominalmente, el celo amargo es diligencia en querer que todos obren bien, mezclado con cierta actitud malhumorada respecto de quien obra mal.

Dentro de la parábola del hijo pródigo, quien tiene celo amargo se encuentra más cerca del hermano mayor con tendencia a recriminar, que del Padre, que perdona. Se está pronto a notar el defecto ajeno. El celo amargo (no la seriedad exterior) implica un déficit de caridad y de paciencia.

La sociedad occidental moderna es como ese hijo pródigo que ha despreciado a Cristo, aventurándose en la tarea de construir su propio paraíso terrenal. Además, se trata de un hijo pródigo que arremete sistemáticamente contra quien permanece obedeciendo al Padre.

Quien intenta permanecer fiel tiene un justo dolor por el rechazo de Occidente a Cristo. Ese dolor, si no es sobrenaturalizado continuamente, tiende a transformarse en ira espiritual.

A veces, detrás de nuestras justas críticas y agudas ironías, hay escondido un corazón herido que, en lo profundo, tiene resistencia a perdonar. Se nota un envejecimiento espiritual, falta de esperanza frente a una realidad donde opera fuertemente el misterio de la iniquidad.

Cuando la situación se agrava, se puede percibir cierta delectación en la persistencia del otro en el mal o en el error. Por momentos pareciera que hay más interés en criticar que en convertir. Como el periodismo amarillo que se queja de los escándalos pero que, al mismo tiempo, se quedaría desocupado sin ellos.

Nos molestan con razón los medios de difusión católicos incapaces de la autocrítica, especialistas en publicar “buenas” noticias: reales o aparentes, serias o bobas; sin embargo, muchas veces nos ubicamos en el otro extremo, tendiendo naturalmente nuestras conversaciones a ver únicamente el lado negativo de la realidad.

No hay paz en el alma de quien tiene celo amargo. Ese desasosiego es el que se transmite con un sermoneo continuo. La verdad se muestra odiosa y no es bien recibida por los demás.

Quien tiene celo amargo no se parece a Jesucristo que es manso y humilde de corazón, por eso no tiene reposo en su vida.

Es bueno escuchar a los adversarios para darse cuenta de los propios errores y vicios. Siempre se nos ha recriminado –haciendo referencia a San Francisco de Sales– que más se atrae con una gota de miel que con un barril de vinagre. Muchas veces hemos despreciado esa crítica pensando –nosotros también con razón– que los otros confunden la miel con el edulcorante. Sin embargo, es posible que haya verdad en ambas partes: el edulcorante que nos repele de los otros, hace aumentar el vinagre que muchas veces transmitimos.

En síntesis, si no hay suficiente vida interior y caridad tenemos el riesgo de convertirnos en diligentes observadores de la paja en el ojo ajeno y ardientes críticos sin humildad y mansedumbre.

Para terminar, tres citas de autores espirituales:

“En la escuela de Jesús, los boanerges aprenden a ser mansos, mas no por eso pierden su ardor y celo, sino que ese celo, habiéndose hecho más dulce y paciente, produce verdaderos frutos que permanecen eternamente” (Garrigou Lagrange, O.P., Las tres edades de la Vida Interior, Edic. Palabra, Año 1988, Tomo I, pág. 382).

“Necesario es el celo, mas éste ha de ser paciente y reposado. Hase de evitar, por consiguiente, el celo amargo, que en todas formas y en todo momento sermonea, y que tantas reformas ha hecho fracasar en las órdenes religiosas. Contra este celo, que no es caridad, sino soberbia, se expresaba S. Juan de la Cruz cuando decía: “Poned amor donde no le hay, y recogeréis amor” (Garrigou Lagrange, O.P., Las tres edades de la Vida Interior, Edic. Palabra, Año 1988, Tomo II, pág. 654).
“Hay otros de estos espirituales que caen en otra manera de ira espiritual, y es que se aíran contra los vicios ajenos con cierto celo desasosegado, notando a otros; y a veces les dan ímpetus de reprenderlos enojosamente, y aun lo hacen algunas veces, haciéndose ellos dueños de la virtud. Todo lo cual es contra la mansedumbre espiritual. En eso hay también soberbia. Échase de ver la pajilla en el ojo ajeno y no se ve la viga en el propio” (San Juan de la Cruz, Noche Oscura, 1. I. c. v)