Anticonceptivos y educación en la fe
Texto extraído de “Urgencia de la catequesis familiar” – Pedro de
Era martes, Tom y Virginia se habían citado con sus primos Luis y Matilde en una cafetería para merendar. Luis era hijo de un tío de Tom. Se había casado con Matilde cuatro años antes, mientras ellos vivían en México. Esa tarde conocerían a Matilde.
A Tom siempre le gustó mantener contacto con su familia, aunque fuese algo lejana, y estos viajes eran una buena oportunidad. Él lo llamaba hacer familia.
La primera media hora, después de los saludos de rigor, fue para un cambio general de impresiones, conversación de tanteo, parecían simpáticos y se cayeron bien mutuamente. Al cabo de un rato parecía que se habían tratado de siempre. «¡Así debe ser la familia!», pensó Tom.
- De modo que acabáis de tener un hijo, ¿no? – apuntó Virginia -. ¿Cuántos mese tiene ya?
- Ha cumplido tres meses el día doce y ya dice ¡ajó…! – comentó la madre toda orgullosa -. Ya hemos conseguido la parejita y no pensamos tener más, no está el tiempo para bromas.
«A Tom le acaban de tocar su tema favorito – pensó Virginia sin hacer ningún comentario-. Seguro que embiste, me lo hace siempre. ¡Si conoceré yo a mi marido!»
- ¿Y qué proyectos tenéis? – preguntó Tom tanteando la situación.
- Hasta ahora nos va bien – contestó Luis -. Estamos algo apretados de dinero, pero la culpa ha sido nuestro, decidimos comprarnos una casa y ahora tenemos que pagar las letras; lo de siempre.
- Por lo que veo sois muy felices; el amor y el dinero no se pueden tener ocultos.
- Por el amor, bueno; pero por lo del dinero estamos pasando un momento difícil – aclaró de nuevo Matilde.
- ¿Sabéis que Tom se dedica a escribir libros sobre la familia? Es su pasión dominante, como se dice ahora – adelantó Virginia, tratando de facilitar el camino a su marido. Después de tantos años, lo conocía mejor que él mismo.
- ¿Tienen que ver con la educación de los hijos? Es un tema que me preocupa mucho – apuntó Matilde.
- Bueno, me interesa todo lo que está relacionado con la familia. Ahora estoy preparando un artículo para una revista de Monterrey titulado: Los estragos de la píldora, en realidad me refiero a todos los anticonceptivos, pero ese título me paree más llamativo.
- ¿Y qué tiene de malo eso de la «píldora»? – preguntó Matilde algo más seria que antes.
Virginia no quiso intervenir. «Desde luego mi marido es muy hábil; ya consiguió sacar el tema», pensó, sin llegar a decir a nada.
- No me refiero al plano médico sino al psicológico; o quizá más exactamente al familiar, bajo el punto de vista del comportamiento – aclaró Tom.
- ¿Es que piensas que en el plano médico no existe ningún problema? – señaló Luis.
- Bueno, las consecuencias médicas creo que son conocidas por todos: Mayor propensión para el cáncer, en el caso de uso de aparatos, y alteraciones del sistema neurovegetativo siempre – dejó claro Tom -. Es un hecho sobre el que todavía no existe suficiente experiencia como para conocer todos los problemas que lleva consigo; cuando se sepan creo que nos llevaremos una desagradable sorpresa. Pero a mí no son éstos los problemas que más me preocupan. Hay otros que los considero aún más serios.
- En concreto, ¿cuáles? – cortó Luis, en un tono algo preocupado.
- Bueno…, me refiero a las consecuencias directas que tienen en las rupturas de los matrimonios y en los fracasos familiares.
- Ese asunto me interesa mucho – asentó Matilde-. Lo puedes explicar con detalle.
- Me acuerdo de dos casos concretos que he vivido de cerca y los dos terminaron mal, uno de ellos en divorcio.
- Puedes contarnos los dos, seguro que me interesan – le pidió Matilde.
- No hay problema, las dos son familias de Monterrey, ahora viven en México D. F., con no citar los nombres, está asegurada la discreción – Tom cambió de tercio y preguntó-. Vosotros sois católicos, ¿verdad?
- Sí – respondió secamente Luis.
- Una de las familias a que me refiero era oriunda de Aguas Calientes, México; se casaron y se fueron a vivir a Monterrey. La otra era de Monterrey de siempre, ambas familias católicas practicantes – Tom se tomó un respiro y continuó-. Os voy a contar primero la historia de la familia de Aguas Calientes. La razón de vivir en Monterrey fue el trabajo de él. A los tres años de casados ya tenían dos hijos, una parejita, y a partir de ese momento decidieron usar la píldora; dos hijos ya eran bastante. ¿Os interesa de verdad el tema? ¿Sigo?
- Sí, sí, continúa que me interesa – afirmó Matilde.
- Pienso que es un poco duro, aunque totalmente verídico – Tom adquirió un tono más serio y continuó-. Como sabéis, el acto conyugal es un acto cuyo fin natural es la procreación, y el uso de la píldora supone anular su fin natural para que quede solamente la satisfacción personal. La naturaleza es muy sabia y cuando el hombre no cumple con las leyes naturales siempre se cobra la factura y, en estos casos, una factura muy cara.
- ¿Cuál? – preguntaron los dos a coro.
- La factura es casi siempre la misma: problemas más o menos graves en el matrimonio y, por lo tanto, en la familia.
- Pero, ¿a qué problemas te estás refiriendo? – atajó esta vez Matilde un poco nerviosa.
- Yendo directo al grano, las consecuencias suelen ser::
1ª) Marido y mujer se vuelven más egoístas.
2ª) El egoísmo va matando poco a poco el amor, sin que apenas ellos se den cuenta.
3ª) Se pierde la fe.
4ª) Empiezan los conflictos matrimoniales
5ª) Se llega a una separación de cuerpos. Y en algunos casos la ruptura.
- Creo que estás exagerando – dijo Matilde.
- Tom sabe muy bien lo que está diciendo – apoyó Virginia-. Es un asunto que ha estado estudiando mucho.
- ¿Por qué no me das algunas razones que expliquen ese final tan trágico? – preguntó Luis.
- Desarrollar el tema bien y con exactitud requiere mucho tiempo y no es sencillo, pero si queréis os adelanto algunas consecuencias directas, y luego os puedo recomendar algún libro en donde podáis profundizar y confirmar lo que os voy a decir.
- Tenemos tiempo y esto nos interesa; puedes ir despacio – le pidió Matilde.
- No es problema de ir despacio, explicarlo bien son algunas horas y necesitaría mostraros documentos que no tengo a mano. Pero intentaré haceros un resumen de las causas más significativas:
Primero hay que considerar las
Causas naturales
1ª) Se cambia el fin del acto conyugal, que es de amor y entrega para la procreación de un hijo, por un acto en el que cada uno busca solamente su propio gozo o satisfacción. Se convierte la entrega en egoísmo y, como sabéis – puntualizó Tom -, el egoísmo es el primer enemigo del amor.
2ª) El poder hacer el acto conyugal indiscriminadamente, tantos días como se quiera y sin cortapisas, puede llevar a la rutina, y terminar en la búsqueda de efectos especiales, y cuando ya no se puede prosperar más por ese camino, existe la posibilidad de terminar en el hastío. Luego hay el peligro de que surja una autopregunta como ésta: «Quizá con otra persona sea mejor.» Lo que estoy diciendo es el resultado de estadísticas serias; los médicos y los abogados matrimonialistas saben de esto.
- ¿Y si no se usa la píldora está una a salvo de este peligro? – preguntó Matilde
- En materias del comportamiento no existen reglas fijas, pero el tener que guardar continencia durante los embarazos, las reglas o las lactancias, no dudes que aumentan el deseo y también el cariño. – Tom miró a su esposa y continuó-. Pero además hay otras razones más profundas y éstas son:
Las causas sobrenaturales
1ª) El hecho de hacer algo grave contra la ley natural, o sea contra
2ª) El pecado mortal excluye gracias sobrenaturales que ayudan a aumentar el amor entre los cónyuges y a educar bien a los hijos.
3ª) Si además, y existen casos, se sigue comulgando, se comete un nuevo pecado grave por cada Comunión, lo cual empeora la situación.
4ª) Como al ser humano le gusta ser congruente con lo que cree y hace, para conseguir esta congruencia lo más frecuente es tachar a Dios y, por lo tanto, dejar de practicar o admitir que todo esto está permitido. Hacerse un dios a su medida.
- Unidas las dos causas anteriores – prosiguió Tom -, el aumento de egoísmo personal y la falta de las gracias sobrenaturales, el final que antes os indiqué es una consecuencia lógica. Es verdad que la regla tiene excepciones, pero creedme, muchas menos de las que podéis imaginaros. Existen muchos matrimonios que viven juntos, por los hijos, pero que su verdadero amor está enfermo. Y ellos lo saben. Con el amor no se puede jugar: o se quieren cada día más o se querrán menos; no hay término medio, y los anticonceptivos ayudan a quererse menos.
- Yo lo consulté con mi párroco y me dijo que en mi caso podía tomar la píldora – se atrevió a decir Matilde, en voz tenue y con un leve sonrojo en las mejillas.
- También conozco esos casos; desgraciadamente existen con alguna frecuencia, y a mí personalmente me causan pena, pues la mayoría de las veces no saben el mal que están haciendo.
- La doctrina de
- Pues yo había entendido que hay casos de problemas de salud en los que los médicos pueden recomendarlos – aseguró Luis.
- Algunos médicos lo harán, pero sigue estando mal. En esos casos la única salida válida es abstenerse durante los períodos fértiles, y eso cuando existen causas que lo justifiquen.
- La postura de
- No estoy de acuerdo – intervino de nuevo Virginia -. Los períodos no fértiles de la mujer los ha puesto Dios y por algo será. Además, al usar del matrimonio en esos períodos no hay un rechazo radical del posible hijo, sino una aceptación consciente de que éste podría venir; no se cierran hermética y artificialmente las fuentes de la vida; ésta puede venir, si es la voluntad de Dios.
- Pero todos sabemos que los métodos naturales son un fracaso – contraatacó Matilde.
- Estás en un gran error – sentenció Tom-. Hasta ahora han tenido poco eco los últimos avances científicos sobre estos métodos porque las multinacionales de la píldora y los preservativos ejercen una enorme presión en la opinión pública. Pero esto está confirmado. Cada vez son más los hombres de ciencia que están a favor de los métodos naturales y en contra de los artificiales. Y no tanto por razones morales cuanto por razones estrictamente médicas y prácticas. Se está demostrando que evitan muchas consecuencias nocivas y que, con los últimos avances, son tan seguros como los otros.
Luis y Matilde no tenían muchas ganas de seguir hablando. A pesar de todo, la curiosidad fue más fuerte y Matilde preguntó:
- Nos hablaste antes de dos casos, Tom. ¿Cuál era el otro? ¿El matrimonio de Monterrey?
- Cuando lo conocí era un matrimonio joven, llevaban cuatro años casados, seguían sin hijos; su posición económica era desahogada: un buen coche, una casa confortable y no se privaban de hacer viajes de recreo. El hijo ya lo buscarían más tarde, de momento no tenían prisa.
- “Por no tener hijos no hacemos daño a nadie – nos comentó en una ocasión la esposa-. La conciencia no nos reprocha nada”.
- Recuerdo – comentó Virginia - que en otra oportunidad, Tom me dijo: «¡Están preparando la tumba de su hijo!»; aún no he entendido muy bien lo que quisiste decirme con esa frase, pero me pareció tan fuerte que no he podido olvidarla.
- Creo que con esa vida tan materialista y egoísta no serán capaces de transmitir nada espiritual a nadie; es posible que ni la misma vida. Al final – continuó Tom -, tuvieron un hijo y cuando cumplía el pequeño cinco años estaban en los tribunales para ver quién podía quedarse con él. Es un caso más de los muchos que pasan.
- ¡Me parece un poco fuerte todo lo que nos has contado! – se desahogó Matilde -. ¿No serán exageraciones tuyas? ¡Yo creo que si la gente supiera que los anticonceptivos ayudan a dañar tanto su matrimonio quizá actuarían de otra forma!
- A Tom no le gusta exagerar – añadió Virginia -. Todo lo que ha dicho lo ha pensado y lo ha comprobado bien; yo creo que la situación actual de muchas familias es una confirmación patente de lo que ha dicho.
- Pero hablemos de otra cosa – cortó Tom -. ¿Dónde vais a pasar las Navidades este año?
Cuando llegaron al hotel, Tom le hizo esta confesión a Virginia:
- Me cuesta mucho comentar estas cosas porque considero que son muy fuertes.
- ¿Qué cosas?
- Yo pienso que una familia en donde se usan anticonceptivos es muy difícil educar a los hijos en la fe; es imposible darles ejemplo de fe viva, y sin ejemplo no se puede educar. Termina siendo una familia con unos valores muy pobres.
- En otras palabras – apoyó Virginia-, cuando faltan gracias sobrenaturales no se puede vivir una fe sincera. Y sin una fe sincera, ¿cómo se va a educar la fe de los hijos?
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