ACTO DE ABANDONO

Dios mío, creo en tu infinita bondad, no sólo en aquella bondad que abarca al mundo, sino en aquella bondad particular y personal que me atiende a mí, pobre criatura y que dispone todo para mi mejor bien. Por esto, Señor, aunque no lo veo, ni comprendo, ni lo advierto, creo que el estado en que me encuentro y todo lo que me sucede es obra de tu amor. Con toda mi voluntad, lo prefiero a cualquier otra situación que me sería más agradable, pero que no vendría de ti. Me encomiendo en tus manos: haz de mí lo que te plazca, no dándome ningún otro consuelo que el de obedecerte. Amén.

lunes, 28 de diciembre de 2009

La anticoncepción y sus consecuencias


Anticonceptivos y educación en la fe

Texto extraído de “Urgencia de la catequesis familiar” – Pedro de la Herrán – Fernando Corominas. Colección Hacer Familia – Ed. Palabra 1991

Era martes, Tom y Virginia se habían citado con sus primos Luis y Matilde en una cafetería para merendar. Luis era hijo de un tío de Tom. Se había casado con Matilde cuatro años antes, mientras ellos vivían en México. Esa tarde conocerían a Matilde.

A Tom siempre le gustó mantener contacto con su familia, aunque fuese algo lejana, y estos viajes eran una buena oportunidad. Él lo llamaba hacer familia.

La primera media hora, después de los saludos de rigor, fue para un cambio general de impresiones, conversación de tanteo, parecían simpáticos y se cayeron bien mutuamente. Al cabo de un rato parecía que se habían tratado de siempre. «¡Así debe ser la familia!», pensó Tom.

- De modo que acabáis de tener un hijo, ¿no? – apuntó Virginia -. ¿Cuántos mese tiene ya?

- Ha cumplido tres meses el día doce y ya dice ¡ajó…! – comentó la madre toda orgullosa -. Ya hemos conseguido la parejita y no pensamos tener más, no está el tiempo para bromas.

«A Tom le acaban de tocar su tema favorito – pensó Virginia sin hacer ningún comentario-. Seguro que embiste, me lo hace siempre. ¡Si conoceré yo a mi marido!»

- ¿Y qué proyectos tenéis? – preguntó Tom tanteando la situación.

- Hasta ahora nos va bien – contestó Luis -. Estamos algo apretados de dinero, pero la culpa ha sido nuestro, decidimos comprarnos una casa y ahora tenemos que pagar las letras; lo de siempre.

- Por lo que veo sois muy felices; el amor y el dinero no se pueden tener ocultos.

- Por el amor, bueno; pero por lo del dinero estamos pasando un momento difícil – aclaró de nuevo Matilde.

- ¿Sabéis que Tom se dedica a escribir libros sobre la familia? Es su pasión dominante, como se dice ahora – adelantó Virginia, tratando de facilitar el camino a su marido. Después de tantos años, lo conocía mejor que él mismo.

- ¿Tienen que ver con la educación de los hijos? Es un tema que me preocupa mucho – apuntó Matilde.

- Bueno, me interesa todo lo que está relacionado con la familia. Ahora estoy preparando un artículo para una revista de Monterrey titulado: Los estragos de la píldora, en realidad me refiero a todos los anticonceptivos, pero ese título me paree más llamativo.

- ¿Y qué tiene de malo eso de la «píldora»? – preguntó Matilde algo más seria que antes.

Virginia no quiso intervenir. «Desde luego mi marido es muy hábil; ya consiguió sacar el tema», pensó, sin llegar a decir a nada.

- No me refiero al plano médico sino al psicológico; o quizá más exactamente al familiar, bajo el punto de vista del comportamiento – aclaró Tom.

- ¿Es que piensas que en el plano médico no existe ningún problema? – señaló Luis.

- Bueno, las consecuencias médicas creo que son conocidas por todos: Mayor propensión para el cáncer, en el caso de uso de aparatos, y alteraciones del sistema neurovegetativo siempre – dejó claro Tom -. Es un hecho sobre el que todavía no existe suficiente experiencia como para conocer todos los problemas que lleva consigo; cuando se sepan creo que nos llevaremos una desagradable sorpresa. Pero a mí no son éstos los problemas que más me preocupan. Hay otros que los considero aún más serios.

- En concreto, ¿cuáles? – cortó Luis, en un tono algo preocupado.

- Bueno…, me refiero a las consecuencias directas que tienen en las rupturas de los matrimonios y en los fracasos familiares.

- Ese asunto me interesa mucho – asentó Matilde-. Lo puedes explicar con detalle.

- Me acuerdo de dos casos concretos que he vivido de cerca y los dos terminaron mal, uno de ellos en divorcio.

- Puedes contarnos los dos, seguro que me interesan – le pidió Matilde.

- No hay problema, las dos son familias de Monterrey, ahora viven en México D. F., con no citar los nombres, está asegurada la discreción – Tom cambió de tercio y preguntó-. Vosotros sois católicos, ¿verdad?

- Sí – respondió secamente Luis.

- Una de las familias a que me refiero era oriunda de Aguas Calientes, México; se casaron y se fueron a vivir a Monterrey. La otra era de Monterrey de siempre, ambas familias católicas practicantes – Tom se tomó un respiro y continuó-. Os voy a contar primero la historia de la familia de Aguas Calientes. La razón de vivir en Monterrey fue el trabajo de él. A los tres años de casados ya tenían dos hijos, una parejita, y a partir de ese momento decidieron usar la píldora; dos hijos ya eran bastante. ¿Os interesa de verdad el tema? ¿Sigo?

- Sí, sí, continúa que me interesa – afirmó Matilde.

- Pienso que es un poco duro, aunque totalmente verídico – Tom adquirió un tono más serio y continuó-. Como sabéis, el acto conyugal es un acto cuyo fin natural es la procreación, y el uso de la píldora supone anular su fin natural para que quede solamente la satisfacción personal. La naturaleza es muy sabia y cuando el hombre no cumple con las leyes naturales siempre se cobra la factura y, en estos casos, una factura muy cara.

- ¿Cuál? – preguntaron los dos a coro.

- La factura es casi siempre la misma: problemas más o menos graves en el matrimonio y, por lo tanto, en la familia.

- Pero, ¿a qué problemas te estás refiriendo? – atajó esta vez Matilde un poco nerviosa.

- Yendo directo al grano, las consecuencias suelen ser::

1ª) Marido y mujer se vuelven más egoístas.

2ª) El egoísmo va matando poco a poco el amor, sin que apenas ellos se den cuenta.

3ª) Se pierde la fe.

4ª) Empiezan los conflictos matrimoniales

5ª) Se llega a una separación de cuerpos. Y en algunos casos la ruptura.

- Creo que estás exagerando – dijo Matilde.

- Tom sabe muy bien lo que está diciendo – apoyó Virginia-. Es un asunto que ha estado estudiando mucho.

- ¿Por qué no me das algunas razones que expliquen ese final tan trágico? – preguntó Luis.

- Desarrollar el tema bien y con exactitud requiere mucho tiempo y no es sencillo, pero si queréis os adelanto algunas consecuencias directas, y luego os puedo recomendar algún libro en donde podáis profundizar y confirmar lo que os voy a decir.

- Tenemos tiempo y esto nos interesa; puedes ir despacio – le pidió Matilde.

- No es problema de ir despacio, explicarlo bien son algunas horas y necesitaría mostraros documentos que no tengo a mano. Pero intentaré haceros un resumen de las causas más significativas:

Primero hay que considerar las

Causas naturales

1ª) Se cambia el fin del acto conyugal, que es de amor y entrega para la procreación de un hijo, por un acto en el que cada uno busca solamente su propio gozo o satisfacción. Se convierte la entrega en egoísmo y, como sabéis – puntualizó Tom -, el egoísmo es el primer enemigo del amor.

2ª) El poder hacer el acto conyugal indiscriminadamente, tantos días como se quiera y sin cortapisas, puede llevar a la rutina, y terminar en la búsqueda de efectos especiales, y cuando ya no se puede prosperar más por ese camino, existe la posibilidad de terminar en el hastío. Luego hay el peligro de que surja una autopregunta como ésta: «Quizá con otra persona sea mejor.» Lo que estoy diciendo es el resultado de estadísticas serias; los médicos y los abogados matrimonialistas saben de esto.

- ¿Y si no se usa la píldora está una a salvo de este peligro? – preguntó Matilde

- En materias del comportamiento no existen reglas fijas, pero el tener que guardar continencia durante los embarazos, las reglas o las lactancias, no dudes que aumentan el deseo y también el cariño. – Tom miró a su esposa y continuó-. Pero además hay otras razones más profundas y éstas son:

Las causas sobrenaturales

1ª) El hecho de hacer algo grave contra la ley natural, o sea contra la Ley de Dios, con pleno consentimiento, supone estar ambos cónyuges en pecado mortal permanente; en este aspecto la enseñanza de la Iglesia es contundente.

2ª) El pecado mortal excluye gracias sobrenaturales que ayudan a aumentar el amor entre los cónyuges y a educar bien a los hijos.

3ª) Si además, y existen casos, se sigue comulgando, se comete un nuevo pecado grave por cada Comunión, lo cual empeora la situación.

4ª) Como al ser humano le gusta ser congruente con lo que cree y hace, para conseguir esta congruencia lo más frecuente es tachar a Dios y, por lo tanto, dejar de practicar o admitir que todo esto está permitido. Hacerse un dios a su medida.

- Unidas las dos causas anteriores – prosiguió Tom -, el aumento de egoísmo personal y la falta de las gracias sobrenaturales, el final que antes os indiqué es una consecuencia lógica. Es verdad que la regla tiene excepciones, pero creedme, muchas menos de las que podéis imaginaros. Existen muchos matrimonios que viven juntos, por los hijos, pero que su verdadero amor está enfermo. Y ellos lo saben. Con el amor no se puede jugar: o se quieren cada día más o se querrán menos; no hay término medio, y los anticonceptivos ayudan a quererse menos.

- Yo lo consulté con mi párroco y me dijo que en mi caso podía tomar la píldora – se atrevió a decir Matilde, en voz tenue y con un leve sonrojo en las mejillas.

- También conozco esos casos; desgraciadamente existen con alguna frecuencia, y a mí personalmente me causan pena, pues la mayoría de las veces no saben el mal que están haciendo.

- La doctrina de la Iglesia es clara – reforzó Virginia - y el Santo Padre lo ha enseñado de modo tajante: Los métodos anticonceptivos artificiales no se permiten en ningún caso (píldora, DIU, preservativos… etcétera.).

- Pues yo había entendido que hay casos de problemas de salud en los que los médicos pueden recomendarlos – aseguró Luis.

- Algunos médicos lo harán, pero sigue estando mal. En esos casos la única salida válida es abstenerse durante los períodos fértiles, y eso cuando existen causas que lo justifiquen.

- La postura de la Iglesia aceptando los métodos naturales para controlar la natalidad me parece un tanto hipócrita – dijo Matilde.

- No estoy de acuerdo – intervino de nuevo Virginia -. Los períodos no fértiles de la mujer los ha puesto Dios y por algo será. Además, al usar del matrimonio en esos períodos no hay un rechazo radical del posible hijo, sino una aceptación consciente de que éste podría venir; no se cierran hermética y artificialmente las fuentes de la vida; ésta puede venir, si es la voluntad de Dios.

- Pero todos sabemos que los métodos naturales son un fracaso – contraatacó Matilde.

- Estás en un gran error – sentenció Tom-. Hasta ahora han tenido poco eco los últimos avances científicos sobre estos métodos porque las multinacionales de la píldora y los preservativos ejercen una enorme presión en la opinión pública. Pero esto está confirmado. Cada vez son más los hombres de ciencia que están a favor de los métodos naturales y en contra de los artificiales. Y no tanto por razones morales cuanto por razones estrictamente médicas y prácticas. Se está demostrando que evitan muchas consecuencias nocivas y que, con los últimos avances, son tan seguros como los otros.

Luis y Matilde no tenían muchas ganas de seguir hablando. A pesar de todo, la curiosidad fue más fuerte y Matilde preguntó:

- Nos hablaste antes de dos casos, Tom. ¿Cuál era el otro? ¿El matrimonio de Monterrey?

- Cuando lo conocí era un matrimonio joven, llevaban cuatro años casados, seguían sin hijos; su posición económica era desahogada: un buen coche, una casa confortable y no se privaban de hacer viajes de recreo. El hijo ya lo buscarían más tarde, de momento no tenían prisa.

- “Por no tener hijos no hacemos daño a nadie – nos comentó en una ocasión la esposa-. La conciencia no nos reprocha nada”.

- Recuerdo – comentó Virginia - que en otra oportunidad, Tom me dijo: «¡Están preparando la tumba de su hijo!»; aún no he entendido muy bien lo que quisiste decirme con esa frase, pero me pareció tan fuerte que no he podido olvidarla.

- Creo que con esa vida tan materialista y egoísta no serán capaces de transmitir nada espiritual a nadie; es posible que ni la misma vida. Al final – continuó Tom -, tuvieron un hijo y cuando cumplía el pequeño cinco años estaban en los tribunales para ver quién podía quedarse con él. Es un caso más de los muchos que pasan.

- ¡Me parece un poco fuerte todo lo que nos has contado! – se desahogó Matilde -. ¿No serán exageraciones tuyas? ¡Yo creo que si la gente supiera que los anticonceptivos ayudan a dañar tanto su matrimonio quizá actuarían de otra forma!

- A Tom no le gusta exagerar – añadió Virginia -. Todo lo que ha dicho lo ha pensado y lo ha comprobado bien; yo creo que la situación actual de muchas familias es una confirmación patente de lo que ha dicho.

- Pero hablemos de otra cosa – cortó Tom -. ¿Dónde vais a pasar las Navidades este año?

Cuando llegaron al hotel, Tom le hizo esta confesión a Virginia:

- Me cuesta mucho comentar estas cosas porque considero que son muy fuertes.

- ¿Qué cosas?

- Yo pienso que una familia en donde se usan anticonceptivos es muy difícil educar a los hijos en la fe; es imposible darles ejemplo de fe viva, y sin ejemplo no se puede educar. Termina siendo una familia con unos valores muy pobres.

- En otras palabras – apoyó Virginia-, cuando faltan gracias sobrenaturales no se puede vivir una fe sincera. Y sin una fe sincera, ¿cómo se va a educar la fe de los hijos?

jueves, 10 de diciembre de 2009

¡Genial!

La soberanía del pueblo (?)


LA SOBERANÍA POLÍTICA

Pocos conceptos del vocabulario político de nuestro tiempo resultan tan confusos como el término soberanía. La variedad de sus contenidos o significaciones es tal que autores tan dispares como Maritain y Kelsen consideran muy deseable la exclusión de la palabra “soberanía” del vocabulario de la ciencia política; de lo contrario, aumentaría la gran confusión existente.

Por ello es menester aclarar cuál es el sentido correcto de soberanía, distinguiéndolo de las doctrinas erróneas, para finalmente establecer quién es – dentro de la sociedad política – el sujeto propio de la soberanía política.

Origen del término

Soberanía deriva del bajo latín superaneus, “el que está sobre los demás”, “el superior”; del mismo origen es la palabra soberano, por la cual en castellano se designa al rey, emperador o jefe político del Estado. De indicar una relación de posición o lugar (superior-inferior) pasó por metonimia a designar la dignidad, el honor, la autoridad.

Como concepto de la teoría política, lo encontramos en Jean Bodin, el cual formula una doctrina de la soberanía (De la république). Para justificar el carácter absolutista del poder monárquico de su tiempo, Bodin recurre al concepto de soberanía, asignándolo en primer lugar a Cristo como “Señor Absoluto”; de ahí lo deriva al monarca, como representante de Cristo mismo. El autor añade que la soberanía implica tres notas: es absoluta, es inalienable y es indivisible.

Posteriormente, el alemán Althusius y más tarde Rousseau sustituyeron la “soberanía del príncipe” por la “soberanía del pueblo”, fórmula que subsiste hasta nuestros días, con el mismo contenido básico que Rousseau le asignara.

Doctrina liberal

Sobre la base de tales fuentes históricas quedó asentada la doctrina liberal sobre la “soberanía popular”. Rousseau vincula este concepto con otro de su creación “la voluntad general”, o sea la voluntad del pueblo, de la mayoría. Según éste el pueblo pasa a ser la fuente y raíz de todo poder político, de toda autoridad una vez establecido el “pacto social”, irrevocable, mediante el cual se constituye la sociedad política. Las cláusulas del pacto implican esencialmente “la enajenación total de cada asociado, con todos sus derechos, a toda la comunidad; porque, en primer lugar, dándose cada uno por entero, la condición es la misma para todos; siendo igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa a los demás” (El Contrato Social) (Otra cita:“con el objeto, pues, de que el pacto social no sea un vano formulario, comprende tácitamente este compromiso, el único que puede dar fuerza al resto: que aquél que rehúse obedecer a la voluntad general, será obligado a ello por todo el cuerpo; lo cual no significa otra cosa sino que se le forzará a ser libre” (Jean Jacques Rousseau, El Contrato Social, I, 7)Sobre la base del igualitarismo así instaurado el pueblo se erige, a través del mito de la voluntad general, en el legislador supremo. El gobierno no es sino el delegado o mandatario destinado a aplicar las decisiones de aquél. En tal carácter, el pueblo es la fuente de todo derecho y de toda norma moral; en consecuencia, puede revocar en cualquier momento la delegación otorgada al gobernante de turno.

La concepción liberal de la soberanía es utópica, contradictoria y nefasta. Es utópica por cuanto se basa en una quimera de pacto originario, históricamente inexistente. Es contradictoria ya que supone que los individuos se asocian libremente, pero a partir de ese instante no pueden revocar lo aprobado. Es aberrante en sus consecuencias: 1) porque disuelve el fundamento de la autoridad; 2) porque desemboca en el despotismo ilimitado del Estado y de la mayoría; 3) porque elimina toda referencia a Dios y al orden natural como origen de la autoridad; 4) porque coloca a la multitud amorfa como base de todo derecho y de la moral; 5) porque favorece la demagogia de quienes aspiran a perpetuarse en el poder.

Soberanía y orden natural

La doctrina del derecho natural nos brinda una orientación muy diferente respecto de la soberanía política, en plena conformidad tanto con los grandes principios del orden social, cuanto con la experiencia histórica de las naciones.

Ante todo debe precisarse el concepto mismo de soberanía. Es ésta un atributo de la autoridad, o sea la facultad por la cual la autoridad política impone mediante la ley determinadas obligaciones a los súbditos. Tal facultad le es inherente en tanto supone por definición una relación de superior a inferior, alguien que manda y alguien que obedece, uno que decide y otro que acata. Resulta claro que el soberano es quien hace la ley; pero esta facultad implica necesariamente no sólo el poder de legislar, sino también el de ejecutar o aplicar la ley y el de administrar la justicia según la misma ley, de acuerdo a la clásica división de funciones ya enunciada por Aristóteles en su Política.

En su sentido propio, soberanía se dice de quien ejerce el poder en la sociedad; así se llamó soberano el rey en las monarquías. Pero, por extensión, y lato sensu, puede calificarse de soberana a toda la sociedad política en su conjunto, la cual incluye a la vez al gobierno y al cuerpo social. Así se habla de “soberanía nacional”, etc. Quede claro, sin embargo, que el poder soberano se ejerce sobre los miembros de un mismo Estado; se ejerce ad intra, o sea, sobre las partes que le están sometidas. Pero no se aplica correctamente a las relaciones entre Estados, pues no puede hablarse correctamente de la soberanía de Bolivia respecto de la Argentina. En este caso, debe hablarse de independencia o autonomía de un Estado respecto de otro; la independencia se ejerce ad extra, hacia el exterior.

Por lo expuesto se ve que la soberanía no implica de ningún modo la idea de una libertad o autonomía absoluta, cual la postula el liberalismo, como capacidad de autodeterminación de la multitud por sí misma. Tal concepto no rige siquiera para quien ejerce la autoridad pública, pues la facultad de dictar leyes está regulada por las exigencias del bien común nacional y por la misma ley natural. Soberanía, por tanto, no es sinónimo ni de potestad absoluta e indiscriminada, ni de arbitrariedad. Por ello la idea de una soberanía popular es un absurdo total, pues la multitud como tal no puede gobernarse a sí misma. Para lograrlo, tendría que mandarse y obedecerse a sí misma, lo cual es incongruente. La hipótesis del pueblo legislador nunca se verificó históricamente, ni podrá darse jamás, como lo resume claramente Zigliara: “Sólo puede poseer la soberanía quien es capaz de ejercerla, pues el poder está esencialmente ordenando al gobierno de la sociedad. La multitud es inepta para gobernarse. Por lo tanto, la multitud no puede poseer la soberanía” (Summa Philos., De auctoritate sociale, XII)

Sujeto de la soberanía

Igual doctrina sustenta León XIII sobre el origen del poder político: “Muchos de nuestros contemporáneos marchamos sobre la huella de aquellos que en el siglo pasado se atribuían el nombre de filósofos, dicen que todo poder viene del pueblo, de suerte que aquellos que lo ejercen en el Estado no lo hacen como algo que les pertenece, sino como delegados del pueblo que puede quitárselo. Los católicos tienen una doctrina diferente, hacen descender de Dios el derecho de mandar, como su fuente natural y necesaria. Importa, sin embargo, destacar aquí que aquellos que deben estar a la cabeza de los asuntos públicos pueden, en ciertos casos ser elegidos por la voluntad de la multitud, sin que contradiga ni repugne la doctrina católica. Esta elección designa al príncipe, pero no le confiere los derechos del principado. La autoridad no es dada, sino que se determina solamente quién debe ejercerla” (Diuturnum illud).

En síntesis: La autoridad es necesaria en toda sociedad política, por una exigencia del orden natural emanado de Dios, fuente de toda razón y justicia. La soberanía es el atributo esencial de la autoridad, la cual gobierna al pueblo no como delegado o mandatario de éste, sino como procuradora del bien común temporal y en el respeto de la ley natural, base de todo el derecho positivo

viernes, 4 de diciembre de 2009

La democracia


Este artículo es el primero de una serie de artículos que publicaremos, tomados de "El orden natural" de Carlos Sacheri. Surgió la inquietud de tratar estos temas a raíz de una serie de conversaciones mantenidas con personas de diversa edad, educación, trabajo y condición. En esas conversaciones me dí cuenta cuán profundo han entrado en nuestra vida, en nuestra mente, las ideas liberales democráticas que no están precisamente de acuerdo con un modo de pensar verdaderamente católico.

LA DEMOCRACIA

Uno de los temas más candentes, tanto de la ciencia como de la práctica contemporánea, es el relativo al régimen o sistema democrático. La vehemencia de las discusiones deriva de la constatación del fracaso universal de las democracias modernas, en las cuales los respectivos pueblos habían cifrado sus más vehementes anhelos de prosperidad y de paz. Resulta paradójico, en efecto, observar el vigor con el cual las naciones modernas han adoptado por doquier el sistema democrático como el mejor (y hasta el único) medio de gobierno político, cuando por otra parte, esos mismos pueblos padecen frecuentes crisis en el plano institucional y hasta erigen en jefes con grandes atributos, a líderes de fuerte personalidad.

La situación de crisis de las democracias requiere una revisión de los principios mismos del sistema, para descubrir si las fallas observadas son inherentes al mismo o si, por el contrario, son debidas a una aplicación deficiente del régimen.

El equívoco democrático

En primer lugar ha de esclarecerse cuál es el plano en que se sitúa el problema de la “democracia”. Un error muy difundido hoy asimila indebidamente la democracia como forma de gobierno y como forma de vida; así se oye hablar de un “estilo de vida”, de “valores” y de “espíritu democrático”. Tales expresiones son muy equívocas y generan innumerables errores.

La democracia es una forma de gobierno, esto es, un sistema o régimen del poder en la sociedad política. Es una de tantas, con sus ventajas y sus limitaciones, sus modalidades y adaptaciones más o menos adecuadas a las necesidades y tradiciones de los pueblos. Por ello, concebirla como una forma o estilo de vida implica una deformación grave de su naturaleza y alcances reales.

Lamentablemente, se usa y abusa del término democracia, hasta hacerle revestir los significados más contradictorios. Así los comunistas calificarán de “democracias populares” a las tiranías soviéticas, mientras regímenes plutocráticos occidentales se presentarán como abanderados de la democracia. Otros hablan de la democratización de la enseñanza, de la cultura, de la Iglesia, o de la empresa, etc., aumentando la confusión existente. Para no incurrir en errores análogos debemos distinguir,: 1) la democracia política o república en el sentido formulado por Aristóteles, Santo Tomás y la doctrina social católica; 2) el democratismo o mito pseudorreligioso de la democracia, formulado principalmente por Rousseau y el liberalismo político; 3) la democracia como caridad social hacia los sectores más necesitados (así habla León XIII de “democracia cristiana” en Quod Apostolici Muneris). Nuestra atención se concentrará en la distinción entre el sentido legítimo y el ilegítimo de “democracia”.

Democratismo liberal

La concepción más corriente de “democracia” hoy por hoy es heredera directa del democratismo liberal, expresado por J. J. Rousseau en su “Contrato Social”. Veamos sus tesis principales.

La democracia no es una forma de gobierno entre otras, sino “la” forma mejor y única legítima, absolutamente hablando. El mito democrático erige a la multitud en suprema fuente de toda autoridad y de toda ley, lo cual desemboca en un panteísmo político (ya no es Dios la fuente de toda autoridad, sino el pueblo divinizado). Las doctrinas liberales de la soberanía popular, la voluntad general, el sufragio universal, la necesidad de los partidos políticos, el slogan “libertad – igualdas – fraternidad”, son expresiones de la democracia-mito. La misma definición de Lincoln “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” está viciada de liberalismo, pues la clave está en la expresión “por el pueblo”; para el liberalismo es todo el pueblo quien gobierna como único soberano y la autoridad no es sino la mandataria o delegada por la multitud. Esta puede revocar su mandato en cualquier momento e investir a otra persona con el poder. Por otra parte, la multitud tiene un derecho de control sobre todos los actos de gobierno.

Tal concepción de la democracia coincide con la “democracia pura” que Aristóteles y Santo Tomás han denunciado como forma corrompida. “Si el gobierno inicuo es ejercido por muchos se le llama democracia, es decir, dominación del pueblo, cuando, valida de su cantidad, la plebe oprime a los ricos. Todo el pueblo llega a ser, entonces, como un único tirano” (De Regno, I., c. 1). Esto es debido a que en la democracia pura, gobierna todo el pueblo, en cuyo caso los más pobres se imponen por la sola razón de su número a todos los demás grupos sociales. En su forma pura, la democracia está centrada en los valores de libertad e igualdad como fines supremos; esto conduce a un igualitarismo puramente cuantitativo, pues todos han de ser igualmente libres en todo sentido. Con lo cual se establece una nivelación por lo más bajo, según una igualdad aritmética que tiende, por su propia dinámica, a un igualitarismo de los bienes económicos, por ser los inferiores.

Por lo expuesto, no ha de extrañar que la democracia “pura” tienda por un lado a la demagogia y por otro, al socialismo y al comunismo. A la primera, por cuanto la multitud-gobernante rechaza toda obediencia y toda exigencia, desembocando en una anarquía en la cual solo triunfan los demagogos o aduladores. Al socialismo comunista, por cuanto el igualitarismo por lo bajo, enemigo de toda diferenciación, configurará “una colectividad sin más jerarquía que la del sistema económico” (Divini Redemptoris); en la cual la libertad puramente formal del ciudadano-masa será sacrificada en aras de la igualdad absoluta.

Democracia y orden natural

Si la “democracia pura” es una forma corrompida de gobierno y si la mentalidad moderna está viciada por el mito democratista liberal que es la expresión de aquella ¿cabe concebir una democracia sana?

La doctrina del orden natural responde afirmativamente, a condición de evitar los errores antes denunciados. La democracia no ha de ser definida como gobierno de todo el pueblo – cosa utópica – sino como régimen en el cual el pueblo organizado tiene una participación moderada e indirecta en la gestión de los asuntos públicos.

Para su instauración han de respetarse los siguientes requisitos:

1) Como toda forma de gobierno, la democracia moderada tiene por fin supremo el bien común nacional y no la libertad ni la igualdad;

2) No es ni la mejor ni la única forma legítima de gobierno, pero puede ser la más aconsejable en ciertos países, según las circunstancias;

3) Para existir debe contar con un pueblo orgánico y no una masa atomizada e indiferenciada; ello supone el respeto y estímulo a los grupos intermedios según los principios de subsidiaridad y solidaridad;

4) De ningún modo es el pueblo el soberano, sino quien ejerce la autoridad, derivada de Dios como de su fuente suprema. La autoridad ha de ser fuerte, al servicio del cuerpo social y respetuosa del orden natural; y no un mero mandatario o delegado de la multitud;

5) La democracia ha de basarse en el respeto de la ley moral y religiosa, que han de reflejarse en la legislación positiva. El orden natural es la fuente de toda ley humana justa.

6) La participación popular ha de ser moderada e indirecta para que haya democracia orgánica. Moderada por cuanto no puede basarse en el sufragio universal igualitario del liberalismo (que es injusto, incompetente y corruptor), sino en una elección según niveles de competencia reales en el elector y el elegido. Indirecta, por cuanto el pueblo puede determinar quienes han de ejercer el poder, pero no gobernar por sí mismo;

7) Ha de evitarse el absolutismo del Estado actual, que erige a este en fin, mediante la representación orgánica de los grupos intermedios políticos, económicos y culturales;

8) Ha de contar con una verdadera élite gobernante que se destaque por sus virtudes intelectuales y morales.

Tales son las exigencias básicas de una democracia sana para el mundo de hoy.