ACTO DE ABANDONO

Dios mío, creo en tu infinita bondad, no sólo en aquella bondad que abarca al mundo, sino en aquella bondad particular y personal que me atiende a mí, pobre criatura y que dispone todo para mi mejor bien. Por esto, Señor, aunque no lo veo, ni comprendo, ni lo advierto, creo que el estado en que me encuentro y todo lo que me sucede es obra de tu amor. Con toda mi voluntad, lo prefiero a cualquier otra situación que me sería más agradable, pero que no vendría de ti. Me encomiendo en tus manos: haz de mí lo que te plazca, no dándome ningún otro consuelo que el de obedecerte. Amén.

jueves, 1 de mayo de 2008

Cultura




CULTURA

El de la cultura es un tema grato a los petulantes y los macaneadores, a los funcionarios ignorantes y a los literatos de pacotilla. Circunstancia ésta que no resulta suficiente, sin embargo, para desconocer su importancia capital. Ya que en torno a la cultura se libra hoy una guerra sin cuartel, el curso de cuyas acciones no nos resulta favorable.

Funcionarios y literatos se obstinan en definir la cultura. Pese a que las definiciones sirvan para poco pues, cuando son suscintas, excluyen aspectos menudos que resultan insoslayables, y, si son extensas, no sirven como definición.

Funcionarios y literatos se han inclinado por definir la cultura de manera amplia. Cosa que permite a los funcionarios del área específica expandir sus dominios y permite a los literatos opinar sobre cualquier cosa. Así, unos y otros, suelen afirmar enfáticamente que “cultura es todo”.

Cuando un funcionario o un literato afirman que cultura es todo quieren señalar que ella abarca la totalidad de las actividades del hombre, incluyendo manifestaciones tales como los insultos que la tribuna prodiga a un réferi de fútbol o las leyendas chanchas que adornan los mingitorios ferroviarios. Y a mí se me hace que eso es falso.

El término cultura deviene de cultivo, en el sentido chacarero de la voz. Se vincula con el laboreo de la tierra, con esa alta tarea que no permite improvisaciones ni devaneos. Y quienes relacionaron la cultura con la labranza fueron los romanos, que no hablaban por hablar. De manera que, para otorgar a nuestras interrogaciones un punto de partida firme, es bueno atender a los romanos y delinear un sensato paralelo entre el trabajo agrario y la naturaleza de la cultura.

Advertiremos entonces, en primer lugar, que el trabajo agrario es un trabajo. Y eso indica que la cultura supone una cuota de esfuerzo, de dedicación y empeño. Por otra parte, ningún chacarero ignora que no se labra la tierra para sembrar yuyos, inocuos o dañinos. Los yuyos crecen solos y el abrepuño, el chamico y el abrojo han de arrancarse para que no arruinen las sementeras.

También se sabe que el trabajo del agricultor es igual y diferente en el mundo entero e iguales y diferentes los frutos que con él se obtienen. En todas partes se ara, se siembra, se cosecha. Pero en algunos lugares utilizan arados de mancera tirados por bueyes y en otros arados de discos tirados por tractores. Y, según sea el suelo o el clima, aquí se trillará cebada y allí se colectará soja.

¿Qué nos están indicando esas características propias del agro, trasladadas al plano de la cultura? Que las expresiones del instinto y la pasión, aquellas que no hayan exigido esfuerzo y no revelen algún grado de refinamiento, tampoco han de incluirse entre los productos de la cultura ni deben formar parte de ella, como los yuyos. Menos que menos si se tratara de yuyos dañinos, que perjudican los sembrados, del mismo modo que perjudican la cultura las manifestaciones opuestas a la Verdad y a la Belleza, que harán las veces del abrepuño y el chamico.

Están indicando asimismo que, siendo la cultura una sola, igual que es una la tarea del campesino de Manchuria y el chacarero de Bragado, presenta infinitas peculiaridades y variantes, derivadas de que la lluvia sea mucha o poca y el suelo fértil o árido, que las tradiciones de una región sean épicas o burguesas y que el carácter de sus pobladores aparezca como jocundo o melancólico.

No es ocioso que te hable de cultura. Pues según lo que entendemos por cultura se modelará de uno u otro modo el espíritu de las gentes y habrá de cincelarse el rostro de las naciones. Has de oponerte, muchacho, a que con pretextos culturales se siembren los yuyos de las pasiones y se difunda la mala semilla del abrojo permisivo y aberrante. Y has de procurar que, cuando de cultura se trate, sea respetada la índole de tu país, a fin de preservar y destacar cuanto tenga de propio y singular. Si malo es se masifiquen las personas, peor será que se masifiquen las naciones, disponiéndolas para la uniformidad que abre paso al sojuzgamiento. Lo cual no implica negar las analogías que en el universo presentan las labores de labranza, similares a la impronta común grabada en el espíritu del hombre, genérica y profunda.

En este terreno, tal como lo anticipé, está planteada una guerra sin cuartel. Ya que existe la decisión explícita de desmoronar la Cultura de Occidente, la Civilización Cristiana, atacando los cimientos mismos en que se asienta tan bella construcción, ya en ruinas. Cimientos éstos que corresponden al plano de la cultura.

Cada una de las piedras que forman dichos cimientos está recibiendo golpes. Piedras que son valores hasta ayer indiscutidos y presupuestos que nadie osó poner jamás en tela de juicio. Y que ya no sólo se discuten sino que se ignoran, como si nunca hubieran existido. Alterando así las raíces en que se funda el propio sentido común de Occidente.

La gran empresa a la cual somos convocados consiste hoy en restaurar el sentido común de Occidente, el buen sentido de la Buena Gente. Hay que reconstruir los cimientos de la Civilización Cristiana. Más aún: es preciso comenzar por la consolidación del contrapiso en que se apoyan esos cimientos, por afirmar las bases que servirán de sustento a las primeras piedras que es preciso volver a colocar en su sitio.

Hay que empezar por recordar a voz de cuello olvidadas verdades de Pero Grullo, tales como que la Belleza ha de preferirse a la fealdad; que los hombres son hombres y las mujeres, mujeres; que la mentira carece de derechos; que la verdad tiene dueños y no se encuentra a mitad de camino entre el error y el acierto; que el número de quienes sostengan un error no lo transforma en acierto; que los extremos no se tocan; que es legítimo acudir a la violencia en defensa de la justicia y del honor; que la salvación eterna de sus gobernados no es un asunto ante el cual los gobiernos puedan permanecer indiferentes; que la homosexualidad no es una libre opción de vida sino una aberración glandular; que el aborto es el más cobarde de los homicidios; que la autoridad paterna no es una manifestación machista; que el feminismo ha cavado la fosa en que fue sepultada la galantería; que los hijos son una bendición de Dios y no un factor agravante de la explosión demográfica; que la ecología está muy bien, pero que la naturaleza ha de estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la naturaleza...

Tales cosas y muchas otras es preciso restablecer, suscitando a su respecto la aprobación espontánea e instintiva de las multitudes para, a partir de ello, alzar otra vez el armonioso edificio de nuestra derruida Civilización. Como verás, se trata de una labor cultural, que presenta en su ápice una misión religiosa y que configura la instancia previa para cualquier emprendimiento político. Admitido lo cual comprenderás la magnitud y la trascendencia de la batalla entablada.

Juan Luis Gallardo – “Las lecciones del Capitán” – Lectio Colecciones 2006

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